sábado, 17 de noviembre de 2012

Cómo ser gay: sobre David Halperin, la Mujer Maravilla y este mismo blog



Estuve leyendo un nuevo libro del norteamericano David Halperin llamado “How to be gay”. Y si lo están pensando, no, no es el manual de instrucciones, algo que mucha gente de hecho pensó cuando Halperin hace unos diez años dictó por primera vez la clase del mismo nombre en la universidad de Michigan, creando mucho ruido y controversia.
Antes que nada, vale la pena mencionar que el autor no es un novato o arribista, que intenta publicar algo con el profundo contenido de un cuestionario de la Cosmo (insertar chiste muy privado sobre “qué buena esa revista”), si no un respetado académico, alguien que se tutea e intercambia citas cruzadas con gente como Didier Eribon (el biógrafo de Foucault) o Michael Warner (el de Fear of a Queer Planet). De este libro, del que no voy a intentar resumir sus 500 páginas en 1000 palabras, rescato dos conceptos que me parecieron interesantes, uno por ser una de las cosas que me causan más incomodidad últimamente, y otro más relacionado con los temas habituales de cultura popular de este blog.
Sobre el primero, no me voy a explayar demasiado (estoy pensando de hecho en la alternativa de cambiar la dirección editorial que vengo desarrollando el último año, o abrir otro blog para hablar de esos temas. Su opinión al respecto es apreciada). Empiezo con una cita a Halperin: “Por lo tanto, no vemos ningún parecido entre nosotros y aquellas generaciones más tempranas de reinas de los musicales, de la opera o las películas viejas. Definimos nuestra diferencia generacional mediante un rechazo de la cultura gay de las generaciones anteriores –a la vez rechazando la cultura gay en sí- como desesperanzadamente anacrónica y fuera de onda, como un sustituto de la ‘cosa verdadera’. Y cada generación gay o media generación, desde la nuestra (Halperin se refiere a la primera generación post-Stonewall) ha hecho exactamente lo mismo, siempre pensando que son la primera generación gay en la historia que no ve nada interesante o de valor en la cultura gay tradicional y heredada”.
El autor, cuyo libro parte de suponer y probar la existencia de algo que efectivamente es la “cultura gay” (más sobre esto más abajo) esta describiendo a lo que yo suelo referir como el Puto Homofóbico o todas esas loquitas que bien conocemos que dicen cosas tales como “la marcha del orgullo no me representa”, ingenuamente creyendo que están completamente integrados y que son “igual que cualquier otro” salvo por con quien tienen sexo.
¿Y cuál sería la diferencia, cultural, vale aclarar, con “cualquier otro”? Bueno, la hipótesis de Halperin, fuertemente apoyada en el concepto de género como construcción social, es que el niño gay, aun el niño gay pre sexuado en el sentido  de elección de objeto y acción en consecuencia, tiene atracción hacia artefactos culturales que no son los que normalmente se asocian con el género “masculino” y que binarios como somos, entonces por defecto asociamos como “femeninos” (para salir de este binarismo es necesario pensar menos de manera categorial y más en forma dimensional o de espectro, algo cada vez más difícil, especialmente en nuestro país de antinomias constantes). Más sencillamente puesto: creemos que los deportes son ‘masculinos’ y cantar y bailar ‘femeninos’, por lo que inmediatamente estigmatizamos a aquellos que no conformen con estas ‘reglas’, y que nos salven de que no seamos considerados lo suficientemente ‘masculinos’, ese bien supremo!

¿Cómo relacionamos esto con este sencillo blog sobre cultura popular? Bueno, esto tiene TODO que ver con este blog, porque sin lugar a dudas MIS sensibilidades están teñidas de este modo y al tiempo que tengo una categoría de tagueo que se llama “Kylie”, difícilmente se encuentren con mis comentarios sobre el torneo apertura (Vamos Lanús!) o la última película de artes marciales. Y también, con ciertas cosas a las cuales si además les agregamos un tema generacional, se transforman en auto evidentes.
Es fácil: si son o conocen a un caballero gay que haya estado viendo televisión en su infancia de manera más o menos intensiva entre los años 76 y 86, lo más probable es que le declaren (le declaremos) amor incondicional a la Mujer Maravilla, más concretamente a la encarnación de la misma de Lynda Carter.
Hay tantas teorías como teóricos sobre cuál es el atractivo del personaje para el público gay. Algunas de ellas: identificación (descartada magistralmente por Halperin y otros autores); apreciación de la situación de la persona en posición subordinada (la mujer) que logra trascenderla (la superheroina); tener una personalidad secreta y la posibilidad de expresarla libremente (atractivo de los super héroes en general, pero aun mas de las superheroinas. Ver también: Batichica); apreciación camp de artefactos culturales ostensiblemente creados para la cultura “hetero” (esto ocupa medio libro de Halperin, y requiere leer mucho Susan Sontag y algo de Umberto Eco para diferenciar camp de kistch. Si están interesados en el tema, tómenlo como guía de lectura); el brisho y el glamour (en sí, algo que tiende a probar la teoría de Halperin sobre la apreciación de ítems que no necesariamente se asocian al concepto de lo ‘masculino’)… y la lista sigue.
Lo cierto es que del mismo modo que tener muchos discos de cantantes femeninas, mirar Project Runway o haber asistido al concierto de Lady Gaga en River, ese interés por la serie de la Mujer Maravilla es un predictor casi infalible de gaytudez (y no de homosexualidad: se puede adherir a la cultura gay siendo un varón hetero o mujer, estamos hablando de Cultura Gay como un modo de apreciación, no como un producto de y para las personas gay de por sí). Hay un modo de apreciación gay, hay una cultura gay, que es una mezcla en partes iguales de este rescate temprano que se menciona arriba y una tradición que se transmite entre pares, especialmente a partir de cierta edad (y por eso muchas de esas “nuevas generaciones” terminan desdiciéndose cuando pasados los 30 se encuentran escuchando a Cher, viendo All about Eve y conociendo de memoria el catalogo de Cole Porter).
Este blog cumple un año, y además del interés que me generó el libro de Halperin, todo este palabrerío es para tratar de entender y explicar que une a los diversos contenidos sobre los que estuve escribiendo en estos 12 meses, que une a este recorte de cultura popular sobre el que decido comentar, y se trata sin lugar a dudas de una mirada desde la cultura gay a estas producciones, ya sean obvias como Kylie, Madonna, cierta cultura de los 80, Modern Family o Ab Fab, o menos, pero que la permiten, como Mad Men, las películas de super héroes o la música que suena en la radio.
Gracias por leer, escucho comentarios.


miércoles, 14 de noviembre de 2012

Un final felíz para los amigos: Friends, Happy Endings y otras series con grupos de amigos


Pocas series de televisión logran capturar ese elemento inasible que las hace que sean LA serie. Aquella que después todos quieren tener en su programación, y que difícilmente logren. Porque verán, justamente cuando logran ese estatus de singularidad es porque probablemente estén haciendo algo que ninguna otra contemporánea está haciendo en ese momento. Y no se trata solo de ideas originales o calidad, sino de algo de penetración en el inconsciente colectivo que va más allá de los premios recibidos o las figuras de audiencia. Una de esas pocas elegidas fue Friends, y su ahora clásica estadía en el aire de diez años.  Y noten que digo Friends y no por ejemplo su contemporánea Seinfeld, porque aunque esta última es indiscutida en términos de calidad y originalidad, la otra fue la que realmente logró romper las paredes de la pop culture.
Como sucede con estos tipos de fenómenos, casi de inmediato salieron las imitadoras, y tal fue el impacto, que ni siquiera fueron las otras cadenas de televisión las que intentaron reproducir el fenómeno: fue la misma NBC que se pasó el segundo lustro de los 90 tratando de recapturar un rayo en una botella. Series olvidables como The Single Guy o  la espantosa versión norteamericana de Coupling no eran más que una cadena tratando de hacer producción en serie de series (algo en esa expresión no suena del todo bien). Ninguna lo logró, ni en NBC ni en ninguna de las otras cadenas, y para la primera mitad de los 2000 Friends ya era una veterana querible pero no relevante, y todos estaban tratando de tener su propia CSI, el nuevo género ganador.
Eso claro no significa que la formula no siguiera dando vueltas de manera consciente o no, y probablemente lo más cercano que apareció en cuanto a reproducir la clásica dinámica de  Monica, Chandler, Phoebe, Ross, Rachel y Joey fue How I met you mother. Curiosamente HIMYM nació como un concepto diferente, lo que en Hollywood se suele conocer como un “high concept”, una idea madre supuestamente tan original que puede sostener toda una ficción. La idea central de HIMYM es justamente, como su nombre lo indica, la historia de cómo el narrador de la serie le está contando a sus hijos como conoció a su esposa y madre de los mismos. La idea de la serie sería  divinar a quién le iba a tocar ser la afortunada (¿?) madre. Pero a la mitad de la primera temporada, algo pasó: lo que en teoría era el elenco secundario, el soporte, empezó a tener más y más relevancia, y la dinámica del grupo de amigos se transformó en el centro de la trama (si, de vez en cuando, especialmente los finales de temporada, se vuelve sobre el tema de “la madre”, pero más como algo de cierta regularidad como en la serie insignia podría haber sido el romance de Ross y Rachel o una aparición de Janice).
Por todo esto me resultó curioso encontrar otra serie que toma literalmente el formato de Friends, y que seguramente por accidente, logra recapturar algo de esa magia original y al mismo tiempo, actualizarla. Se trata de Happy Endings, serie que apareció hace dos temporadas como un reemplazo de mitad de temporada, tropezó un poco pero logró que la renovaran para una segunda temporada completa y actualmente se encuentra en la tercera. Happy Endings, más allá de todos sus manierismos Friends, en realidad nació como algo más parecido a HIMYM: el gran concepto. En este caso, en el primer episodio dos integrantes del grupo de “6 amigos” están a punto de casarse cuando la novia sale corriendo y planta al novio en el altar (sombras de la primera aparición de Rachel, plantando a Barry en el piloto de Friends). El resto de la serie iba a mostrar las complicaciones que esto traía a ese inapropiadamente cercano círculo de amigos, del tipo que solo aparece en la TV. Para mitad de la abreviada primer temporada, esta premisa era historia y el argumento se había asentado en un modelo más familiar de interacciones entre amigos.  Happy Endings toma en iguales partes lo ya probado y conocido (dos de los “amigos” son en realidad hermanos, una parejita de exes, un niño-adulto, una maniática obsesiva calcada de Monica Geller) y lo actualiza, de hecho haciéndose cargo de las criticas que tantas veces se le hicieron a la nave madre: uno de los personajes es afro americano (y de hecho en pareja con otra de las protagonistas, blanca) y otro de ellos es un ‘gay no estereotípico’ . La fórmula, curiosamente, y en contradicción al concepto de ‘fórmula’, funciona, especialmente porque se les dio la oportunidad de salirse de la misma: hay algo de extrañeza en estos personajes que remite más a Seinfeld y su colección de neurosis que al “ideal” Friends, aunque haya una rubia con pajaritos en la cabeza, pero que es más Joey que Phoebe, que el más lindo del grupo sea un perdedor al estilo Ross y que la “eterna soltera” haya sido importada desde Sex and the City.
Claro que muy suelto yo tiro nombres de súper consagrados, y Happy Endings todavía no le llega ni a los talones a ninguna de esas series, pero tiene el potencial para hacerlo... si la dejan. Por ahora la ABC la renovó para una tercera temporada, la puso en el horario privilegiado después de Dancing with the stars (que sí, allá también es de lo más visto en TV), y ciertos medios la adoptaron como serie de culto, sumados el clave apoyo de la comunidad gay a los personajes de Max, un estupendamente elegido Adam Pally y Penny, la brevemente SNL Casey Wilson y un haberle dado un protagonismo mayor a Eliza Coupe y Damon Wayans Jr como ese exagerado matrimonio de estereotipos de rol invertidos. De nuevo: los elementos están en su lugar, y tal vez, si empiezan a verla ahora, para cuando en la séptima temporada tenga todas las fichas alineadas, podrás decir “yo la miraba desde el principio”.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Encontraron el amor: Sobre Rihanna y un montón de discos que suenan todos iguales

Every record sounds the same - Madonna, filósofa contemporánea.
Por motivos contingentes tuve que pasar algo de tiempo en los Estados Unidos, y también por motivos que no vienen al caso, estuve escuchando mucha radio, especialmente la famosa del tipo Top 40, la de los “hits”. Un par de cosas me shockearon bastante al respecto: la primera es que lejos de lo que pasó en las últimas 5 décadas (con la sola excepción del período de furor disco, y aun así), prácticamente el 90% de toda la programación es de música bailable. MUY bailable. Discoquetequera al mango, y con un sonido muy particular, que no puedo más que describir como “europeo”, del tipo que normalmente había que amenazar a los gringos para que lo escucharan. Y aun más curioso, es un sonido europeo... viejo, por falta de una descripción mejor. Algo que atrasa unos 10 años desde la última vez que realmente sonó en la radio, y siendo más estrictos, veintitantos desde el furor post house, post SAW de cosas tales como 2 Unlimited. Conocen el sonido: sintético al mango, más de 120 BPM, voces procesadas, letras descartables, melodía de primero inferior y menos variación que en disco de cumbia.
Sin lugar a dudas, si tenemos que culpar a alguien por esta invasión, es Gaga: desde el comienzo de su carrera, en lugar de la ruta hip hop esperable para los artistas de la época, Gaga salió directo a la carrera con ese sonido que hasta el momento estaba ausente en la radio norteamericana. Su única concesión al sonido más o menos de la época fue su primer simple, Just Dance, que hasta tenía el “featuring” mandatorio como para hacerlo más digerible. De ahí en más, Poker Face, Papparazzi, todos fueron preparando el terreno para el desembarco que fue Bad Romance. Tomense un segundo para escucharlo como si fuera la primera vez y no la 1.000.005, y díganme si esto es como se imaginaban un número 1 global, pero especialmente, Made in USA en 2010.
De ahí en más, la puerta estaba abierta y lo demás fue refuerzo: los beats Ace of Base de Alejandro, el Express-Yourself-remezclado-por-Shep de Born this Way, y así.
Pero hasta ese momento, parecía que era un fenómeno acotado a Gaga, pero eso cambió al poco tiempo con la colaboración de Cómplice Número 2: Kathy Perry. Recuerdo  haber escuchad Fireworks sin saber quien lo cantaba, ni de donde venía y no asociar que esa era la misma canción que estaba destrozando los charts en ese momento, luego haber tenido un momento “a-ha!”. El éxito de toda la aparentemente infinita secuencia de singles de la Perry fue lo que faltaba para que se decretara que ese era EL sonido a imitar.
Lo que me lleva al segundo punto que me llamó la atención: no sólo todos los discos suenan a dance europeo viejo, sino que todos suenan EXACTAMENTE IGUAL. Indistinguibles. ¿Canta un hombre? ¿Canta una mujer? ¿Canta un grupo de muchachitos? Indistinguible. En todos los casos, la producción musical es la misma, y las voces están tan completamente procesadas con AutoTune que son imposibles de identificar. De nuevo, el efecto uniformizante da miedo, y además suena a viejo: son discos y discos que suenan a Believe de Cher... un disco que tiene 13 años y que cantaba una señora cerca de los 60 años en su momento. Puede ser una solista ya “consagrada” como la Perry o un ídolo juvenil como Justin Bieber. Una Disney girl pasada de la pubertad como Selena Gomez o una de estas nuevas boy bands como The Wanted o One Direction. Todos indistinguibles uno de otros, como si fuera un largo, largo disco que dura toda la programación, sólo interrumpido por una publicidad aquí o allá. Y hasta artistas inclasificables que hasta hace unos meses se parecían al “rock” como Maroon 5 o Train (cuyo último single califica como la cosa mas espeluznante espantosa a la que fui sometido).
(la canción de Train no la comparto porque me da cosa difundirla más)

Todo esto me llevó a una tercera observación, una especie de corolario o consecuencia de las dos anteriores, que es una comprensión más integral de un fenómeno que hasta ahora me eludía, que es Rihanna. Con su diarrea creativa (en serio, que alguien le de vacaciones a esta chica), camaleónica imagen y aun más camaleónica indentidad musical, Ri-Ri es probablemente la artista más consistentemente exitosa del último lustro. Su última mutación fue, por supuesto, a “artista con sonido dance europeo”. Pero acá viene la diferencia: mientras que todos los discos, los de Riquita incluidos, suenan iguales, hay algo completamente  identificable en el tono de voz de Risitas que hace que en cuanto empiezan las voces, pueda tratarse de ella y sólo de ella. Y esto es un valor agregado increíble: supongamos que me gusta una canción, y si no puedo tener NADA que me identifique de quién se trata, cómo voy a hacer para comprar/bajar/pedir el tema? Nada de eso es problema con Ritalina: el disco empieza y es ella. Punto. No se discute más. “Deme el último de Rinoceronta, por favor”.
Richieri tiene también otra cosa a su favor: su último mega hit tiene un “featuring” muy especial: Calvin Harris. Calvino es la cosa verdadera, un artista dance europeo real y CONTEMPORANEO. Alguien que está haciendo cosas nuevas en serio, productor de excelencia y compositor astuto. We found love, hit elefantino si los hay, y la canción que seguramente logró mover a Riquelme de “la chica de Umbrella” a una artista con nombre propio es su mérito, más la voz de Rivadavia (recordemos, la única distinguible). El resultado, por extraño que parezca, es el único oasis auditivo en el desierto inhóspito de la radio norteamericana. Los dejo con ellos.