Obviamente que esto contiene spoilers para Breaking Bad y otras series que terminaron hace años. Si te molesta, andate.
Voy a dejar a otra gente analizar la interacción histérica entre las redes sociales y ciertos fenómenos televisivos, de los cuales tuvimos como una pre historia con el infame smash cut con que terminaron los Sopranos, una prueba piloto fuera del laboratorio con el final de Lost y ahora la cosa verdadera y salvaje con el final de Breaking Bad. Pero si quería pensar por un momento por qué la presión sobre el final de las series.
A nadie le gusta invertir tanto tiempo en una historia y que esta no tenga un final de algun tipo (si bien considero que Tony y familia tuvieron un final, puedo entender como ese final abierto puede leerse como un no-final), pero lo cierto es que la estructura de las series en general (productos con por lo menos media centena de episodios que se emiten a lo largo de años) no es demasiado conducente al tipo de final que puede tener una película o hasta una telenovela (estas también tienen montones de episodios, pero el conflicto principal suele ser uno solo y de una misma naturaleza romántica): sostener una serie a lo largo del tiempo requiere de combinaciones de personajes y sub tramas, muchas de ellas que se abren y cierran en puntos aleatorios de la narración, por lo que no esperaríamos que tengan un cierre final. Aun cuando esto se espere y se logre, no deja de ser un poco un rejunte forzado para dejar satisfechos a muchos, pero que a veces poco tiene que ver con el concepto original. Un buen ejemplo de esto es el final de Six Feet Under, que existe consenso que fue aún superior a grandes tramos de la serie en sí, y que funciona como un hermoso cortometraje con varios guiños para los fieles de la serie que como un “finale”, como le llaman en los Estados Unidos, propiamente dicho.
Y esto nos trae a Breaking Bad y su recién emitido final. Al calor de esa gran hora de televisión y las 2 o tres que le precedieron, ya hay voces que hablan de “mejor de todos los tiempos” algo que solo podremos juzgar, justamente, con el paso del tiempo. Prefiero no aventurar tanto, pero sí destacar que es lo realmente original que nos trajo BB, y es es ser una historia, una sola historia, larga y sinuosa, con un claro principio, y como vimos ahora, un claro final. Una sola historia con un protagonista excluyente, un acompañante, y varios (pocos) secundarios, más un puñado de adversarios, que más allá de que tengan sus adherentes, no son más que pruebas en el camino de este “héroe” en el sentido Campbelliano del término. Una historia que en lugar de contarse en dos horas de película se contó en 62 horas televisivas con sus correspondientes pausas en el medio.
Una historia, que como esas llaves que caen oportunamente de una luneta en el episodio final, tuvo tanto de arte y oficio como de suerte: de estar fuera del radar competitivo de los ratings (y ser de las primeras en beneficiarse por los canales alternativos de disfrute de contenidos), de varias ideas locas de casting que funcionaron de maravillas, de no haber perdido parte del elenco por problemas de salud o dinero (y que cuando así fue resulto ser para un programa mejor). Vince Gilligan tenía una historia que contar, y la contó entera. Con mínimos guiños para la tribuna, pero fiel a sí mismo y a todo lo anterior.
Esta clase de visión, y la oportunidad de ejecutarla libremente, también hizo que más allá de la presión generada en el entorno para que el final entregara resultados, la historia no tuviese que sorprender más que en lo mínimo (una ingeniosa manera de disponer del dinero, una admisión que no redime pero explica al protagonista), porque el final ya estaba contado. Lo que faltaban eran los detalles, pero si vamos a contar sobre the rise and fall of Walter White, la serie podría haber terminado hace dos semanas en Ozymandias y habernos dejado a todos mayormente contentos. La presión por el final era nuestra, no de los creadores, que en lugar de producir UN final y dejar disconformes a todos (coff, Lost, coff), tejió una historia final integral y magistralmente narrada a lo largo de varias semanas.
No soy un cuarto de fan de Breaking Bad de lo que son varios de los que me rodean: la serie nunca me generó más que un interés clínico de cosa bien hecha y fenómeno social, pero nunca me conectó emocionalmente desde el momento inicial, y no tuve problema en abandonarla con lo que consideré una traición narrativa con el toque Night of the living dead que cerró la temporada cuatro; pero que meritoriamente, y creo que por primera y tal vez única vez, logró hacerme volver. Tampoco me sedujo la ambigüedad de sus protagonistas ni caí en el apologismo del (los) anti héroe(s). Y la infalibilidad de “la ciencia” del programa siempre me resultó traída de los pelos y tan creíble como el final de una película de Bond (ver: la metralleta oscilante del episodio final).
Aun así, me saco el sombrero ante la maestría narrativa, ante la claridad de visión, ante el intentar hacer algo ambicioso, y que salga con éxito.
Pero no pidamos ahora finales así para todas las series, el destino de Don Draper probablemente se vería mejor servido por la ambigüedad que rodeó a Tony Soprano, y mucho de lo que está mal con la comedia actual es culpa de Ross y Rachel. Disfrutemos de Breaking Bad como esa cosa única y brillante, y sepamos apreciar haber tenido la oportunidad de verla desenvolverse en tiempo real.