miércoles, 23 de marzo de 2011

Elizabeth Taylor: Una apreciación, desde la vereda de enfrente




 Estrellas adolescentes. Romances escandalosos. Usar los tabloides como instrumento de promoción. Usar su nombre para lanzar merchandising. Alternar cine de arte con cine extremadamente comercial. Cifras astronómicas de cachet. Usar la fama como herramienta para crear conciencia y recaudar fondos. Abuso de alcohol y drogas. Rehabilitación pública por uso de alcohol y drogas. 

El star system de Hollywod, tal como lo conocemos hoy, lo inventó Elizabeth Taylor, que falleció hoy a los 79 años de edad, probablemente la última gloria viviente de la edad de oro.

Muchos tal vez la conocen como la amiga de Michael Jackson, por alguna foto perdida que vieron de Cleopatra o por haber sido la voz de Maggie Simpson, pero Liz fue una estrella de una clase prácticamente única por casi 70 años de su vida.
Debutando en una película de Lassie a los 11 años, en 1944, con su protagónico en National Velvet ya estaba clarísimo que la última adquisición de la Metro era una estrella. Porque si algo la define a Elizabeth Taylor es ese “factor x” que hace que no podamos dejar de mirarla cuando está en la pantalla y querer saber que es de su vida cuando está fuera de la misma.
Contrariamente a lo que sucede con la mayoría de las estrellas infantiles o adolescentes, para  1951 Liz transicionó en una figura que mezclaba en igual parte a la bomba sexual y a la belleza virginal, pasando de una a otra con total facilidad, como testamento de su ya incipiente capacidad actoral.

Y si alguien le cabía duda de esa capacidad actoral, en 1958, La gata en el tejado de zinc caliente mostró todo lo que tenía para dar. Inolvidable Maggie the cat, su segunda nominación a un Oscar, que debería haber sin dudas ganado… si no fuera porque su vida fuera de la pantalla ya estaba llamando tanto la atención que empezó a jugarle en contra en la que ya era una pacata academia.

Y esa complicada vida de fuera de la pantalla cada vez se haría más complicada y se cruzaría en un juego de dentro/fuera que muchas intentaron luego imitar, sin entender que hay cosas que se dan naturalmente, o no se dan.

Para 1963, Cleopatra se transformó en un compendio de todo lo que estaba por venir tanto en la vida de Liz como en Hollywood en general: el salario más alto jamás pagado a una actriz o actor, un presupuesto imposible de recuperar, la atención a un proyecto con meses de anticipación y… Richard Burton. Porque si Liz ya era Liz por sí sola, se transformaría en Liz al cuadrado en su pasional e intempestivo pas de deux con Burton.

Volcánico fuera de la pantalla, también lo fue dentro, como se pudo ver claramente en ¿Quién le teme a Virginia Woolf?, un duelo actoral en el que la estrella se adelantó varios años a los actores de método que engordan, se afean y “viven” su personaje, y que le valió su segundo Oscar ( el primero fue un “Oscar de lástima” por Butterfly 8, donde le devolvieron lo que le habían robado por La gata… mezclado con un poco de lástima por lo que empezaban a ser sus constantes problemas de salud ).

La carrera como actriz de Liz nunca volvió a ser realmente interesante después de ese pico, y abiertamente rechazó oportunidades de volver por caminos alternativos (famosamente rechazó el papel de Alexis Carrington en Dinastía, porque una estrella de su tamaño, en esa época, ni muerta “bajaba” a la televisión) pero un segundo (¿tercero? ¿cuarto?) acto estaba por comenzar.

Primero fue “Liz acabada”: alcohólica, violenta en su intermitente relación con Burton, gorda, con problemas de salud varios. Luego “Liz recuperada”: Taylor fue la primera en salir del ropero del ciclo adicción/recuperación, admitiendo que había recurrido a la clínica Betty Ford y efectivamente poniéndola en el mapa como una parada más entre el Chateau Mormont y los estudios Paramount.

Amiga de sus amigos como pocas, su lista siempre fue la más gay friendly de la industria: Montgomery CliffTennessee WilliamsRock Hudson Roddy McDowell.  Desde el primer momento no tuvo más que amor y apoyo por la comunidad homosexual, quienes le devolvieron el favor enalteciéndola en el panteón como la diva de las divas.

Pero en los 80, los amigos de Liz se empezaron a enfermar. Y se empezaron a morir. Y mientras otra vieja gloria de Hollywood hacía oídos sordos desde la Casa Blanca, Liz tomó cartas en el asunto y se transformó en el principal motor de creación de conciencia y recaudación de fondos en la lucha contra el SIDA. Creando Amfar, poniendo su nombre, su rostro, su billetera y la de su ilimitada agenda de amigos al servicio de la causa, se ganó otro espacio muy distinto en la historia como la persona que hizo algo contra lo que no se podía hacer nada. Esa Liz es la que fue condecorada como Dame del Imperio Británico y que en los 30 últimos años de su vida hizo que todos se olvidaran de los escándalos, de “los ojos más lindos del mundo” y hasta de su carrera como actriz.

En Cines Cines Cines, recordamos a la actriz, Desde la vereda de enfrente, recordamos a una aliada como hay pocas. Salud Liz!


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