martes, 19 de febrero de 2013

Karen y kd: mis chicas K



Cuando se trata de desarrollar un gusto  personal, ya sea en música, películas o cualquier otra expresión artística, es siempre importante la presencia de hermanos mayores. Ya sea de manera proactiva (al acercarnos material por primera vez basado en su experiencia personal) o reactiva (desarrollando un gusto que es exactamente el opuesto del propuesto, por contraste). Se puede argumentar que la presencia de un mentor o un grupo de pares cumple la misma función, pero hay algo único que sale de la convivencia bajo el mismo techo  y los juegos mutuos de admiración y rivalidad propios de la relación fraterna.
En mi caso, con mí varias veces mencionada hermana Marcela, esto fue en todas direcciones: ella me acercó a los Beatles, al rock argentino de diversas generaciones, y a ciertas cantantes argentinas de los años 80. Pude respetar a los primeros (y familiarizarme de manera casi inconsciente con su repertorio), hacerme temporariamente fan de lo segundo, y desarrollar una complicada relación amor-odio con las terceras. Con los años, cuando mi gusto comenzó a tomar autonomía (pista: el material que suele ser cubierto en este blog), un poco de la influencia comenzó a ir en la dirección opuesta.  Digamos que  desarrollamos un respeto mutuo por el gusto del otro, que sirve para tener en cuenta lo que sea que el otro recomiende, comience a seguir, o defenestre.
Independientemente del gusto, se desarrolló casi naturalmente un dialogo, un intercambio de opiniones que muchas veces la gente que nos conoce por separado no puede evitar ver como cierta característica familiar cuando nos ven juntos o interactúando con el otro. Todo lo que no tenemos de parecidos físicamente, lo tenemos en la manera de expresarnos y relacionarnos con las cosas que nos apasionan.
Fue por intermedio de Marcela que fui expuesto y varios años después aprendí a apreciar a los Carpenters, a Karen en particular y esa voz tan característica, que mezcla calidez con precisión y hace suyo cualquier material que se le diera por cantar. Eternamente considerados “blandos” en los ámbitos más rockeros, fue la recuperación “irónica” en los 90 que hecho luz sobre lo genial de sus discos.
Al mismo tiempo, fue por intermedio mío que mi hermana se acercó a kd Lang, a su majestuosa voz, su revolucionaria actitud, tanto como militante LGBT como gran pateadora de tablero en su capacidad de cambiar de género musical como de corte de pelo.
Estábamos en algún momento de los noventa ambos alineados en nuestra admiración por Karen y kd, cuando esta última saco a la venta su álbum de covers Drag. Prefiriendo el material más pop y un tanto más arriesgado de sus producciones anteriores (kd es un magnífico ejemplo de etapa imperial, comenzando con su colaboración con Roy Orbison en Crying, teniendo su pináculo en el ya clásico Ingenue, y decayendo en el ya mencionado Drag), Marcela le prestó inicialmente más atención que yo, y un día, contándome cuanto le gustaba el disco, me hace reparar en un detalle en la canción My old addiction. Hay algo, una cierta… cualidad típica de Karen. No es que suenen parecidas, ni que kd la esté citando: es un aire, una reminiscencia. Y es también una de esas cosas que una vez que las escuchamos, es imposible des-escucharlas.

Para mí fue como una puerta que se abrió, fue re escuchar a kd bajo una nueva luz y comparar, efectivamente, su emparentamiento con Karen. No es casual que esto saliera a la luz con Drag, tampoco,  donde la selección de covers elegida por kd tiene mucho en común con las clásicas reinvenciones de Karen y Richard (uno de mis momentos favoritos de su carrera es como hicieron suya Ticket to Ride, al punto que para mí escuchar la versión de los Beatles es escuchar el cover, y no viceversa).
No tengo memoria de que kd haya citado nunca a Karen como una influencia directa, pero estoy seguro que ocupa un lugarcito en su corazón y su discoteca. Karen, claro, se nos fue antes de tener la oportunidad de escucharla a kd. Estoy seguro que le hubiese gustado (aunque tan conservadora la familia Carpenter, seguramente se hubiese shockeado un poco con “el estilo de vida” de kd).  Una colaboración entre ambas queda en la imaginación de nosotros que las queremos (y varios escritores de fan fiction a quienes les acabo de dar la idea… la faceta “baterista” de Karen fue un temprano desafío a las convenciones de género).
Les dejo como tarea para el hogar, si gustan de Karen, darle una oportunidad a kd. Si son militantes de la la Lang, agarrar el famoso disco de “la tapita marron” de los Carpenters y pegarle una escuchada. Y si les gustan cualquiera de ambas o ambas, ir familiarizándose con el modelo 2013, la cantante Rummer (astutamente recomendada para este posteo por  mi amiga Yolanda).
material de referencia: el album "de la tapita marron"

miércoles, 13 de febrero de 2013

Mala Reputación: sobre el criminalmente ignorado Queer de los Thompson Twins

Porque cuando moves el culo, es lo primero que notan, y algunos errores se cometieron para quedar.
George Michael, filósofo contemporáneo


“Hazte fama y échate a dormir” es un refrancito mala leche, porque tiene dos implicancias bastante negativas: hacé algo bien y dormite en los laureles o, una vez que te mandaste una cagada, es irremontable. El mundo de la música está lleno de historias donde esto se aplica, desde esa gente que tuvo un momento brillante en su carrera (una etapa imperial, digamos) y luego no volvió a pegarle una pero siguen robando con sus pasadas glorias, o al revés, gente que cometió algún error temprano, y luego pasa una vida tratando de levantar el muerto. La frase de George Michael que cito más arriba es de su clásico Freedom 90, que justamente narra lo complicado de estas transiciones, de las cuales él cayó más o menos bien parado, tenido todo en cuenta. Pero George es la excepción y no la regla.
Empecé por acá porque tenía ganas de hacer una apreciación de un disco “maldito” pero que en ciertos ámbitos (digamos, mi círculo de amigos) es considerado un clásico: Queer de los Thompson Twins. Los TT, claro, tuvieron su momento de gloria unos siete años antes a la salida de Queer, a mediados de los 80, con canciones de ligero corte teeny bopper y una imagen demasiado telegénica como para ser tomada en serio: Tom Bailey clásicamente buen mozo con su ridícula colita roja; un integrante de origen africano y una mujer, cuando ninguna de las dos cosas se consideraban diversidad sino “truquito de marketing”; y una presentación que derivó rápidamente en payasesca. Las sólidas credenciales de Bailey como autor de canciones y músico nunca trascendieron más allá del círculo de revistas “muso” (de apreciación de los “músicos serios”), y para el final de los ochenta eran básicamente un chiste.
Tuvieron un intento de reinventarse con el álbum  Big trash (gran nombre, pero en lugar de ironía se prestó para el chiste fácil) y el hit menor Sugar Daddy, que los encontraba en nueva compañía discográfica y un hasta entonces raro éxito en un mercado que no les era el más familiar: la música dance.  Un poco frustrado, Bailey comenzó a trabajar con el productor Keith Fernley y sacar discos dance casi anónimos, con etiquetas blancas y atribuidas a un tal “Feedback max”. Uno de estos cortes  se llamaba Come inside y fue un hit de cierta importancia en el pico de popularidad rave 88-89. Envalentonados con este éxito, la Warner decidió sacar a la venta Come Inside en versión cantada y correctamente atribuida a los Thompson Twins, solamente para verla languidecer en los rankings. El álbum que la iba a contener, junto con otros tracks de Feecback Max resignificados, titulado Queer aprovechando tanto a homenajear a la poetisa favorita de Alannah Currie, Edith Sitwell y al momento político de asociaciones LGTB militantes tales como Act Up y su campaña Absolutely Queer, nunca salió a la venta en Inglaterra por miedo a que no funcionara.

Del otro lado del atlántico, artista y compañía se negaron a dejarlo morir, y Queer fue editado y promocionado de acuerdo a la campaña original (primero la disco antes que la radio). El disco fue un fracaso, pero los cortes dance tuvieron una repercusión inesperada. De hecho, quedaron tan aislados de la experiencia del álbum completa, que el tercer corte, una canción ligeramente hippie Strange Jane, fue incluida como un instrumental en la banda de sonido de la película Cool Word con el nombre de Play with me y cortada como simple como Play with me (Jane). Es decir, ni intenten buscar el álbum que contiene esta canción.
Una lástima, porque el álbum completo es sumamente interesante, tanto cuando intenta reproducir la experiencia rave en formato pop como en Come inside o Groove on, como cuando es clásicamente pop como en Flower girl y Jane, o cuando intenta una cosa más lúdica como en My funky valentine. Hasta se dieron el gusto de hacer un track completamente experimental, el que le da el título al disco, que es básicamente el poema del mismo nombre de Sitwell recitado por Currie sobre una base psicodélica y que casi se adelanta dos años al freak pop que sería característico de Bjork.
El fracaso del disco no fue un mensaje perdido en Bailey y Currie que decidieron que el estigma que los seguía no tenía que ver con la calidad del material que estaban colocando en el mercado, si no con la marca “Thompson Twins”, y fue lo último que hicieron con ese nombre. A partir de entonces comenzaron a presentarse bajo el nombre de Babble, dedicándose al dance y la electrónica, con éxito moderado y buena respuesta de la crítica, y sólo los fans y conocedores sabían de quienes se trataba en realidad.
Actualmente Tom hace música para películas y televisión, produce artistas con mucho éxito, y hasta tiene un proyecto multimedia experimental con el astrónomo y artista José Francisco Salgado, mientras Alannah se dedica a la política feminista y ecologista en su Nueva Zelandia natal, alternando con algunos experimentos en las artes visuales muy bien recibidos. Como lo mencioné en algún otro lado, fueron durante bastante tiempo pareja, y ahora cada uno rehízo su vida por su lado.
Queer hasta hace poco se conseguia en bateas de oferta, una gran oportunidad de hacerse y disfrutar del mismo. 

lunes, 4 de febrero de 2013

Sin vergüenza: Escuche sin prejuicios, volumen XXVII



La verdadera prehistoria de este blog no fueron colaboraciones varias que hice en blogs de amigos, ni siquiera mi festejada participación en la ya mítica La Chancleta (no intenten con el link, este maravilloso producto noventero ya no existe, solo en el espíritu de su ideóloga Lady Ryk y el mío). No, el verdadero origen de mi versión opinionada por escrito fue una nota que escribí hace unos… 25 años, en mi tierna adolescencia, a mano alzada en papel cuadriculado de algún cuaderno de la facultad.
La nota se llamaba “Hasta la vista prejuicios” y fue leída por un selecto grupete de amigos, que me alegra decir, siguen siendo en alguna capacidad, parte de mi círculo amistoso.
Historia al margen, lo que me recordó esta nota fue su contenido, una especie de racconto personal de cómo había pasado de detestar ciertos tipos de música a hacerme fan de los mismos. Y pensé en esto porque aún hoy en día me encuentro con gente que tiene gustos “vergonzantes”, que disfruta de cierto tipo de música, películas, programas de TV a escondidas, porque “no queda bien” o “como voy a admitir que me gusta eso”. El tema es, el gusto, si bien se puede educar, tiene también algo similar a lo que nos pasa con la atracción sexual: tenemos poco control sobre lo que nos gusta o nos deja de gustar, siempre sobredeterminado por tantos factores separados que lo máximo que podemos hacer es controlar una de todas esas infinitas variables.
“Hasta la vista prejuicios” jugaba no con la referencia pop culture de Arnold, si no con la de Jody Watley y su clásico Looking for a new love. Hoy en día es fácil admirar esta pieza de pop funk que de hecho la puso a la Watley en el mapa, con sus reminiscencias Prince de pedigree auténtico, vía la producción de André Cymone. Pero en ese momento, en mi círculo, sencillamente, no. Todos anglófilos y para qué negarlo, bastante musicalmente racistas, no nos permitíamos nada de música negra contemporánea, en gran parte cansados de Michael Jackson y la gran “domingodinubileada” a la que habíamos sido sometidos. Así que Prince, no. Hasta teníamos el tupé de reírnos del falsete de Kiss, y manteníamos una informada ignorancia sobre las apropiaciones blancas que de este estilo se estaban haciendo (discos de Madonna y Duran Duran principalmente, en ambos casos con abundante producción de gente como Nile Rogers o Stephen Bray, de quienes como estaban detrás de la cámara, no prestábamos atención a sus orígenes).
Pero hubo algo en Looking for a new love, su int
érprete y su video que sacudió esta barrera,  y una vez que la barrera se cae... Si se disfrutaba de esa canción y el magnífico álbum que la contenía, seguir negando a Prince era solo necedad. Y que suerte, porque estaba justo al salir Sign o’ the times, y haberse perdido uno de los mejores 10 discos de los ochenta por esta boludez, realmente no calificaba.
Y más fuerte aún, admitir a Prince y Cymone significaba no poder negarse a Jam & Lewis, y con ellos llegaba Janet Jackson, cuyo peor pecado solo era la portación de apellido.
El cambio no fue de un día para el otro: podían gustarme ciertas cosas, pero no estaba listo para admitirlo públicamente (cualquier similitud con otros aspectos de mi persona, seguramente no son ninguna coincidencia). Al punto que en aquella era pre youtube, y más aún, pre MTV, cuando grabábamos los video clips de Música Total moviendo la antena para agarrar canal 2, tenía una cinta separada para los videos vergonzantes.
En algún momento, un ataque de madurez me hizo darme cuenta de esta salvaje pavada, y a partir de ahí pase a relajarme. Fue en esta época que salí de otro closet, el de los comics, en épocas cuando que a uno le gustaran las “historietas” era visto como un infantilismo impresentable (esa historia ya la conté en otro lugar).
Admitir gustos, también implicaba admitir disgustos, que también pueden condenar al ostracismo: admitir que a uno no le gusta el rock, o que Morrissey nos cae como el orto; y que con el tiempo, ayudado por la capacidad argumentativa que me es característica y el medir dos metros, pude salir a ponerle el pecho a todos estos gustos desviados.
Hoy en día no hay más que leer este blog para saber que soy capaz de defender las más impopulares opiniones (o para horror de mis lectores hipsters, las MAS populares opiniones, rompiendo algún tipo de tabú de coolness). Mucho de esto tiene que ver con la edad claro, con haber derribado más closets de los que una sola persona puede tener, y haber decidido ser militante de sus contenidos (los del closet, se entiende).
¡Entonces, liberémonos! ¿Esa canción de Sonia te hace mover la patita? Escuchala. ¿Te morís con las telenovelas venezolanas? Bueno, adelante. ¿las películas coreanas te aburren hasta las lágrimas? ¡No las veas! ¿te calienta ese sex symbol popular que tus amigos consideran “un grasa”? Bueno, ellos se lo pierden. Y el dia que tus compañeros de oficina insisten en quemarse el sueldo en sushi, comete una milanga grasosa de la fonda de la vuelta sin ninguna culpa.
Yo por mi lado, 25 años después sigo queriendo a la Watley como el día que la descubrí, y muchas cosas que en esa época consumía porque eran “lo que había que escuchar” (o ver, o disfrutar) han quedado en el lejano olvido.

A los fines de preservación histórica, me he tomado la libertad de postear, sin ninguna edición, al original que refiero más arriba, gracias a las maravillas de la tecnología, como si Blogger hubiese existido en los ochenta. Pueden leerlo aqui, sean buenos conmigo, era joven e inexperto.