viernes, 25 de enero de 2019

Triste pero cierto: Trevor Horn Reimagines The Eighties


Tengo que empezar con un descargo: amo a Trevor Horn. Le he dedicado un podcast. Y una parte importante de otro. Sus colaboraciones con Grace Jones, Seal y los Pet Shop Boys son algunos de mis discos favoritos. Por eso me duele tener que escribir esta reseña, pero por otro lado, por eso mismo siento una cierta obligación de escribirla.

Trevor Horn, quien porque quiere, puede y tiene resto, decidió sacar un disco de covers de canciones de los ochenta y llamarlo Trevor Horn Reimagines The Eighties, junto con músicos populares tales como Robbie Williams, Seal o All Saints

Lo que caracteriza a lo que hoy conocemos como “el sonido de los ochenta” es una mezcla de cosas, que incluye desde estilos de composición, ritmos y a el uso de ciertos instrumentos y tecnicas de grabacion que forman un ADN difícil de aislar pero totalmente identificable a simple escuchada. Trevor Horn lo sabe, porque bueno, él INVENTÓ ESE SONIDO. Y una característica clave es que en la mayoría de los casos, las canciones clásicas de la época son prácticamente indivisibles de sus arreglos y grabaciones originales. La mayoría de los artistas fallan cuanto las tratan de reimaginar en sus presentaciones 10, 20, 30 años después y es prácticamente imposible que existan buenos covers de las mismas. No es que sean malas canciones, solo que la mayoría no resisten un reversionado como el que el catálogo de los Beatles tuvo en manos de gente tan dispar como Frank Sinatra, Ella Fitzgerald o Siouxsie and the Banshees. 

Y Trevor por ser Trevor no es menos dado a fallar en lo mismo. Sobre todo porque pasados los ochenta estrictos, él mismo dejó de lado su sonido característico basado en sintetizadores y samplers (recuerden: es el hombre que armó una banda y grabó un disco porque quería probar los límites del Computer Musical Instrument que se había comprado) combinados con arreglos de orquesta y corales para apoyarse más en un sonido de gran estudio tradicional, más cerca de George Martin que de Stuart Price. 

Nos guste o no reconocerlo, Everybody wants to rule the World es un clásico tanto por la canción como por los arpegios de guitarra sampleados y sincronizados con el bajo y la batería en el disco original de Tears for Fears. Saquemos eso, y no hay Robbie Williams ni orquesta que lo resistan. 

Una y otra vez el disco falla cuando trata de descontextualizar y tomar como “grandes canciones” a lo que en realidad fueron “grandes discos”.

Esto queda bien claro en Blue Monday, una canción que es claramente inseparable de su instrumentación (algo que Horn mismo sabe, ya que es el único track que tiene una batería programada y secuenciadores). No importa que podamos “cantar” Blue Monday: el TUT TUT TUT TURUTUTURU TUT  es tan parte de la canción como la letra y la melodía, y no, reemplazarlo con la percusión de una orquesta sinfónica no lo equipara. 

Las excepciones no casualmente son las canciones de artistas que si bien  las grabaron en los ochenta, pertenecen a otras tradiciones: David Bowie, Joe Jackson. Ashes to Ashes es responsable por el sonido de la mitad de los ochenta, pero no es una canción en la tradición de los ochenta, y soporta arreglos y voces diferentes, lo mismo que It’s different for girls (nota al margen: que las canciones resistan covers no significa que estos covers sean especialmente buenos tampoco, solo mejores que otros en el mismo disco).

Horn además hace una especie de efecto homogenizador que les saca toda gracias a las canciones originales y a los artistas invitados, por que lo que Brothers in arms no suena ni al tétrico minimalismo de la versión original de Dire Straits ni a Simple Minds, el featured artist. Es una canción más con una buena orquestación impersonal. Y la elección de los invitados tampoco es la mejor: Slave to the Rhythm ha sido reversionada por Alison Moyet o Shirley Bassey sin problemas. Rumer, por talentosa que sea, no es la cantante para esta canción, que termina siendo más Bossa Ochentas que el “La BBC interpreta los ochenta” que podría ser. 

Tampoco es que el disco haga todo mal: hay dos momentos en los que Horn deconstruye y reconstruye los originales y logra algo casi mágico. En Girls on Film, podemos imaginarlo pensando “que quiso hacer Nick Rhodes con su Crummar String Synthesizer”, “que quería hacer John Taylor con el bajo” y reconstruyendo los arreglos originales con una orquesta (y reconociendo que el efecto de sonido de la cámara de fotos al comienzo de la canción es tan importante como la partitura). Lo hace nuevamente con Owner of a lonely heart, con la facilidad que no tuvo que reconocer la intención original ya que el arreglo original era suyo y solo tuvo que reemplazar “Fairlight orchestral hit” por “real orchestral hit”. (En un callback a una época más oscura cuando fue brevemente el cantante de Yes, Horn mismo canta esta versión).

Y así como hay malas elecciones de artistas para cada canción, All Saints ponen en vigencia Girls on film con la inversión de género, al igual que Tony Hadley cantando What’s love got to do with it, que además permite apreciar la entonación Luis Miguel Style del ex Spandau Ballet en una canción que ostensiblemente es para que cante una mujer.

El disco cierra con una triste versión de Take on me que le quita toda la vida al original, y que irónicamente sale a la venta el mismo dia que Weezer saca su propio disco de covers con su propia, superior, versión. En conclusión, el mismo mercado le está diciendo a Horn lo irrelevante e innecesario de su disco. Un lástima. Saben que me duele mas que a nadie tener que decirlo.