sábado, 29 de septiembre de 2012

Conozco la canción: sobre el poder de las canciones en las series y peliculas



No es secreto que una de mis películas favoritas ( si no LA favorita) es Cuando Harry conoció a Sally. Además de todas las fortalezas con la que cuenta tales como su maravilloso guión, está también su banda de sonido: esa serie de “songbook standards” que Harry Connick eligió y reinterpretó. Muchas de esas canciones para cuando se estrenó la película ya tenían más de 50 años, pero a mis juveniles 20 muchas eran para mi novedosas y las conocí y asocié a esa película para siempre.
Todo este rodeo es para hablar del poder de las películas y las series de televisión para acercarnos por intermedio de sus bandas de sonido a música no compuesta especialmente para ellas pero que cobra una nueva vigencia a partir de tener esa exposición.
Imagínense mi sorpresa cuando hoy a la mañana abro alguna de las redes sociales y me encuentro por todos lados con gente discutiendo  sobre una de mis bandas favoritas, separada hace casi 30 años: Yazoo. ¿eh? ¿qué me perdí? Lo que me perdí fue el episodio de Fringe de ayer a la noche, donde el clásico de la banda Only you fue expuesto. Momento seguido, una movilización de gente, desde los que no conocían la canción a los que podían indentificarla, a los que dirigían a los diversos servicios de vídeos o streaming para escucharla, al diálogo de sordos entre el nombre norteamericano y el del resto del mundo para la conjunción Alison/Vince (Yaz/Yazoo).

Más allá de la alegría que me da que mis chicos reciban el cheque correspondiente, más me lo da que mucha gente descubra una maravillosa canción y a sus magníficos interpretes (bonus: que también sepan que no es original de Enrique Iglesias, que la masacró hace unos años. No quiero hablar del eso, es demasiado doloroso). 
Las películas han tenido ese poder desde que tienen sonido, pero por varios motivos, principalmente pago de derechos y la posibilidad de una nominación más a los premios de la academia, solían ir por originales, salvo que hubiese que hacer alguna ambientación de época. Esto empezó a cambiar en los posmodernos ochentas, y se puede identificar el momento de quiebre a partir de la genial película de Lawrence Kasdan The Big Chill. Además de ser un peliculón con un elenco de lujo (en serio, véanla, no se van a arrepentir), la trama de baby boomers reencontrándose años después de sus años en la universidad estaba musicalizada por una serie de algunos de los mejores clásicos del soul de fines de los sesenta. En 1983, generó una revolución. La gente salía del cine directo a la disquería, la banda de sonido vendió millones y hasta hubo que hacer una segunda parte, no de la película, si no del disco. 
Otros ejemplos seguro que abundan, y cada uno debe tener el suyo, y pueden ir desde en serio (Unchained Melody en Ghost) a en broma (Bohemian Rapsody en Wayne´s World, la soundtrack de The wedding singer), el resultado es siempre el mismo: una segunda vida para las canciones, un nuevo público expuesto.
El trailer de The Big Chill, noten el acento en la música.

Como en muchas otras cosas, la preeminencia del cine está dando lugar a la de las series de TV, y con resultados similares. Y no hablo de la obviedad de Glee, que es un fenómeno en si mismo pero no para los originales si no para las reinterpretaciones de su elenco, si no a cosas como la cuidada musicalización de The Sopranos, por ejemplo, que se manejó desde lo esperable (los crooners ítalo-americanos, alguna canzonetta, el soul de los 60 y el rock de los 70 de las juventudes de los personajes), a lo sorprendente (David Chase es claramente un fan de Annie Lennox, musicalizando escenas clave con material solista y de Eurythmics que me hicieron querer aun más a una serie que ya era mi favorita). La sucesora lógica de Sopranos es Mad Men, claro, donde la ambientación de época implica el uso de música para reforzar ciertos eventos o momentos, y que va desde instancias o menciones menores, a momentos clásicos con toda la artillería como el uso de Satisfaction de los Stones en The Summer Man para decir “acá hay un nuevo hombre y una nueva época” o el discutidísimo uso de Tomorrow never Knows de los Beatles esta temporada, una movida que llamó la atención porque ese minuto de música fue más caro que el resto del presupuesto del episodio.
Don no aprecia Tomorrow never knows (ojo, super spoilery!)

Porque ese es el otro tema con usar canciones conocidas: se maneja muchísimo dinero, dinero que no siempre los productores tienen (por eso a veces se recurren a canciones menores o covers) y dinero que significa ingresos alternativos para los músicos en estas épocas de vacas flacas de venta de discos.
Quiero hacer una mención aparte, y volviendo al ataque ochentoso de Fringe anoche, para hablar de dos series inglesas que hicieron de la música un componente integral: Life on Mars y Ashes to Ashes. Compañeras en un mismo universo, la primera ambientada en los setentas, la segunda en los tempranos ochentas, usan y abusan de la música (y las referencias a la música) para situar en tiempo y lugar y caracterizar a los personajes. El efecto es fantástico. Especialmente para esta criatura de los ochenta que soy, donde cada canción de Ashes to Ashes me saca una sonrisa. Y donde algunos de mis artistas favoritos son descubiertos por las oportunas bandas de sonido y el genial sitio interactivo de la BBC donde luego de cada episodio se puede ir a identificar que sonó en cada episodio. Mirenlas. Ya otra vez dije que iba a escribir algo al respecto, tal vez sea hora de que cumpla con mi palabra.
Y ustedes, ¿qué música, canciones, bandas, conocieron por las películas o series de TV?

miércoles, 19 de septiembre de 2012

La trampa de la creatividad monetizada: Eno, Morrison y otros a los que se los comió el personaje.



 El concepto de “creatividad” es tan viejo como la humanidad, salvo que durante la mayor parte de la misma nunca fue considerado una commodity o materia prima. Nadie pone en duda que Miguel Angel era “creativo”, pero no es ésta la cualidad que lo llevo a la inmortalidad (salvo retroactivamente desde las últimas décadas del siglo XX, y podríamos discutir que algún Medici lo pudo haber visto de esa manera, pero me voy de tema…).
El tema es, se le puede enseñar una técnica a una persona, esta la puede perfeccionar al punto de la maestría, pero eso no garantiza que la tan elusiva “creatividad” se haga presente. Es un don natural, una de esas cosas sin explicación que seguramente algún neurocientífico está tratando de aislar y embotellar y que, esperemos, nunca lo podrá hacer. Y además, desde fines de los 60, pero especialmente en los 80, producto del impacto de la publicidad y los mass media y las nuevas escuelas de dirección de empresas, se postuló que la tan mentada creatividad es todo lo que hace falta para tener éxito. Empezó entonces una cacería de aquellos que se consideraba como creativos para ver si era posible, sin importar de que campo de las artes, ciencias o negocios vinieran, aislar eso que los hacía creativos y transplantar la creatividad a otros. Esto claro dio el puntapié inicial para ese oxímoron que son los “cursos de creatividad”, donde se supone que un sesudo creativo puede transmitir en 45 minutos de aforismos, y por una suma sustancial, aquello que lo hace ser quien es. Obviamente, creativos como son, encontraron una manera creativa de sacarles el dinero a los ingenuos. Porque verán, salvo en ciertas y muy aisladas ocasiones, especialmente en el campo de la publicidad o de la tecnología, ser creativo por el solo hecho de serlo no es rentable (algunos ejemplos y excepciones más adelante).
¿Qué tiene que ver esto con este blog y su áreas de cobertura, ustedes se preguntaran? Bueno, el tema es que varios de estos “creativos en venta” vienen del mundo de la música, las películas o las historietas,  habiendo hecho el cruce en algunos casos a otras artes, pero más que nada, al ámbito corporativo.
El precursor de esto fue Brian Eno. Eno siempre fue lo que en líneas generales se podría considerar un excéntrico, alguien con un ego descomunal y dos o tres ideas que se auto posicionó como un gurú que conocía los secretos que lo hacían “especial”. Esto ya desde sus inicios de escuela de arte británica (muchos de estos gurúes creativos salieron de estas escuelas, que comparten la materia “Arrogancia I” con las facultades de ingeniería) y su carrera como fundador y competidor por los reflectores y la marquesina en Roxy Music con Bryan Ferry. Como buena diva, Eno se fue de Roxy y muy pronto se dio cuenta que tener algunas ideas adelantadas a su época (como la música ambient, por ejemplo) no era muy rentable y había que poner la comida sobre la mesa de alguna manera. Con ya ganada una reputación como “creativo”, Eno tuvo la idea de vender una fórmula para la creatividad, en la forma de sus “Estrategias oblicuas”. Las estrategias eran un mazo de cartas con una frase cada una, que en caso de atascamiento creativo uno podía tomar y poner en práctica. Con una mezcla de filosofía zen, galletita de la fortuna china, sentido del humor y algo de sana experiencia en el estudio de grabación, una carta podía decir “intente lo mismo con otra herramienta” o “deje los errores y deshágase de lo que está bien”. Las estrategias oblicuas no lo hicieron rico, pero lo posicionaron en el lugar que quería: el de Sabio Creativo. De ahí a cobrar 15000 dólares para dar una conferencia, fue un salto sencillo.
Obviamente que Eno tiene otros (muchos) meritos, entre ellos haber trabajado a la par de otros Creativos afines como David Byrne o David Bowie, pero que en general siempre tuvieron suficiente éxito como para confinar sus dones de creatividad a sus campos específicos, sin salir a robar a los caminos. Y Eno mismo, a partir de mediados de los 80 con su más que rentable asociación con U2 y más acá en el tiempo con Coldplay ahora puede asociar su creatividad a verdadero éxito comercial (y de paso agregar un cero al final de su tarifa para dar una charla sobre “creatividad”).
Aunque nunca lo haya admitido abiertamente, el fan número uno de Eno es Grant Morrison. Tal vez menos conocido que el precursor, más que nada por haberse dedicado a un campo menos masivo: el de la historieta. Morrison salió del comic independiente británico cruzando el atlántico con la “invasión británica” de DC Comics liderada por Moore y Gaiman en los ochenta. Morrison se hizo cargo de un proyecto que no por comercialmente inviable iba a no tener un perfil alto: la serie de Animal Man. Lo que parecía una serie mas de superhéroes  en menos de dos años se transformó en un tópico de conversación obligatorio entre los fans  y los críticos, culminando con una ruptura de la cuarta pared y meta análisis del comic de superhéroes de los cincuenta años anteriores que lo llevaron de las revistas especializadas a los medios masivos y académicos. De nuevo: ser el (discutiblemente) más creativo en un medio pequeño y achicándose como el de las historietas, y a pesar de haber jugado con los chiches importantes (los X-Men para Marvel, Superman y Batman para DC), nunca fue rentable, y pronto en las conferencias de management se lo empezó a recibir como una excéntrica estrella de rock que les venía a traer la luz.
La diferencia entre Eno y Morrison, sin embargo, es que Eno nunca se la creyó. Obviamente aprovecha los beneficios que esta posición le trae, pero no es el principal foco de su carrera. En cambio Morrison, megalómano y egocéntrico, la explota a más no poder, desde aprovechando para que lo dejen tener poder absoluto sobre personajes que tienen férreo control editorial, como Batman, a sacar sus vanity projects, o retratarse como si fuera una estrella del rock o del porno (créanme, no necesitaba ver una foto de su erección sobresaliendo de un slip blanco).
Otra diferencia entre Eno y Morrison es que cuando Eno hizo cosas raras, las hizo por genuina experimentación y no para agrandar su credibilidad como “raro” (de hecho, cuanto menos raro –Coldplay–, más rentable. Eno lo sabe muy bien). En cambio Morrison hizo una carrera de la rareza por la rareza misma, desde sus primeras experimentaciones en la serie Doom Patrol a el que se considera su opus maximun, la serie The Invisibles (de la que se alega que una versión aguada en forma de la serie de películas de The Matrix de los Wachosky le significó a Morrison un par de jugosos cheques o al menos una garantía de trabajo de por vida). Muchos creativos de en serio en algún momento empiezan a correr por otro andarivel y a ser considerados raros, pero no esperan tener éxito comercial a cambio. Estoy pensando en gente como Bjork, que subvenciona su carrera de loca actual basándose en el éxito comercial anterior, pero sin pretender que sus experimentos sean disco de platino o llenen River. Nada de eso para Morrison, que tiene una legion de zombies hipsters que siguen y sobre analizan cualquier pavada que hace en búsqueda de ‘significados ocultos’. Como se suele decir, a Morrison se lo devoró el personaje.
Melero: creativo de cabotaje
En la versión local, tenemos a Daniel Melero, un Eno de cabotaje, que justamente por lo local de su alcance lo hace no tanto por el dinero si no por la reputación y los tragos gratis en boliches de Palermo.
No malinterpreten esta diatriba como un resentimiento o envidia de los creativos, sino más bien como una observación sobre su verdadera creatividad (comercial) y sobre la ingenuidad/tontería de cierto publico que cree que la creatividad es comprable, contagiosa o aprehensible. Sigan participando, no funciona así. 

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Muy lejos de los Campos Elíseos : Sobre Elysium, el nuevo album de los Pet Shop Boys



El peor enemigo de la satisfacción, es, sin lugar a dudas, la expectativa. Cuanta más alta la expectativa, seguramente más decepcionante va a ser el resultado.
Nos pasa con todo: con esas vacaciones tan planeadas, con ese beso tan esperado… o más acorde con este blog, con esa película tan manijeada, esa serie con “consenso unánime” o ese disco de un artista que nos encanta. De hecho, si piensan en algunos de los posteos mas negativos que presentado en los últimos meses, tiene que ver justamente con eso: lo que a mi entender fue una película sub estándar de Batman, o la abrupta caída de calidad de Modern Family o The Big C. Este año tuve varios de esos momentos “oh, no…”, pero no siempre me tomo el trabajo de escribir sobre ellos, o si lo hago, es medio indirectamente (digamos que MDNA de Madonna no me prendió en llamas, precisamente, pero en lugar de tomarme el trabajo de escribir mil palabras al respecto, cualquiera que lea mi comentario sobre el show de el entretiempo del superbowl puede deducirlo).
Lo que despierta mi escribir hoy aquí es el pronto a salir nuevo álbum de los Pet Shop Boys, Elysium. Verán, como ya lo comente en varias recientes ocasiones, soy fan de los PSB: me caen bien musicalmente, me parecen gente interesante, se han destacado en varios medios (discos propios y ajenos, autores de canciones, autores de libros, actuaciones en vivo, presentaciones multimediales, video) y general estamos en sintonía cultural y política. Lejos ha quedado claro su Etapa Imperial, pero suelen ser consistentemente gente no decepciona, o al menos no lo hacen feamente (como si lo puede hacer, Madonna, pongámosle). Aun un flojo álbum de los PSB (pensemos Release, del 2002) lo podemos atribuir mas a un experimento fallido (“los Pet Shop Boys hacen un disco de brit pop!”) que a una caída real de calidad.
Las señales de que algo podía salir mal, estaban ahí: la innecesariamente larga (e inamovible) gira Pandemonium de presentación de Yes, la conversación off the record sobre reciclado de viejas canciones de inventario y la gota que rebalsó el vaso, la elección de Andrew Dawson como productor, un ignoto con pedigree de hip hop. El pánico nos arrebató junto con un cercano círculo de amigos que apreciamos a los PSB desde el momento en que lo supimos, el fantasma de lo que en clave llamamos el “Hard Candy Massacre” (en relación del los espantosos álbumes de Madonna y Duran Duran producidos por Timbaland y que salieron a la venta casi al mismo tiempo): hemos escuchado experimentos PSB que flirtearon desde el italo hasta el jungle, del disco al brit pop, de Broadway al electroclash y hasta en algunos duros momentos de digerir con la música brasileña. Pero ¿hip hop, señores gay cincuentones ingleses de más de 50 años? Por favor…
La buena noticia es que no hay rastros de hip hop en todo el álbum. La mala noticia es que el disco es tan, pero tan…triste, que hasta hubiésemos preferido un fallido disco de hip hop, echarle la culpa al productor y olvidarnos del tema.
Pero no, el problema es otro, estructural, y del que no se puede culpar a nadie más que a Tennant y Lowe. Las canciones son malas, aburridas, trilladas. Los arreglos poco imaginativos. El control de calidad claramente no está funcionando: esto es material que en el mejor de los casos tendría que haber quedado relegado a algunas caras B. Ya los dos adelantos nos dieron mala espina: la balada Invisible y el  ‘corte olímpico’ Winner se destacaban justamente por lo poco destacables, canciones que claramente no merecían ser elegidas para difusión, y en el caso de Winner, apelando a una demagogia que rara vez termina dando buenos resultados (cada vez que los PSB juegan para la hinchada, tienen hits que solamente son apreciados por los no-fans: Go West, New York City Boy, etc.). Y tampoco se malinterprete esto como una reacción anti-balada: algunas de las mejores canciones del dúo califican como tales, y de hecho, esta acordado que lo que es la obra maestra de la banda a nivel álbum es su disco más tranquilo, Behaviour. El problema no es con los BPM de las canciones, es que son espantosamente aburridas. Y son mayoría, casi más de la mitad del álbum. Encima de eso, el resto no es que brille, precisamente, generando una respuesta más de “seh” que de “SI!”. Hay algunos momentos que nos indican que ahí abajo podría haber un buen disco, como el potencial hit A face like that, o la canción de cierre Requiem in denim and leopardskin, que probablemente cae mejor por su titulo que por los meritos reales que tiene. Hay algo un poco más experimental, Ego Music, que hace 15 años hubiera sido una festejada cara B y hoy genera más una reacción de “por lo menos les queda UNA idea…”.
Igual, nada de esto nos prepara para lo que retrospectivamente va a ser considerada la Peor Canción Que Los Pet Shop Boys Hayan Grabado: un adefesio llamado Hold On, que solamente puede ser empezada a definir como “Heal the World de Michael Jackson interpretado por USA for Africa en un musical de Broadway protagonizado por niños de preescolar”. Decir que es un atentado al buen gusto es poco. Es un insulto al oyente. Es tomar cada trillado cliché de “canción con mensaje” y ejecutarlo como solamente puede ser considerado como una estética de peluquera de barrio vieja. El rechazo que genera es visceral, trasciende lo intelectual o afectivo. Solamente justificable si nos enteramos que hay un caso de demencia senil entre los muchachos, porque si no…
Y más allá del chiste sobre senilidad, sabemos que si quieren los Pet tienen potencial. Su álbum anterior, Yes, fue de lo más vital que grabaron en diez años. Si era necesario esperar un tiempo a que salieran mejores canciones, probablemente era mejor tomárselo. Mientras tanto, esperemos que en la venidera gira de presentación se limiten a solo algunas piezas seleccionadas y se despachen con algunos hits desintoxoicantes, porque si no va a ser más sufrimiento que pone a prueba la banca que uno les tiene a ciertos artistas.