En 1989 se estrenó
una película llamada New York Stories (Historias de Nueva York en Argentina,
aunque nunca hubiese sido más adecuado traducir como corresponde Cuentos de
Nueva York) que tenía como gancho estar dirigida por Woody Allen, Martin Scorsese
y Francis Ford Coppola. Pésimamente recibida, no se la suele tener en cuenta en
el canon de ninguno de los tres directores, básicamente por tratarse de tres
cortos sin conexión uno con otro salvo la ciudad que los alberga: el de Woody
es como una autoparodia de delirio edípico que de vez en cuando es referenciado;
el de Coppola uno de esos pastiches donde trabaja toda su familia y el de
Scorsese una pieza casi intimista que se caracteriza por no tener ninguna de
las cosas características de la filmografía de Marty, una especie de ejercicio
en hacer algo lo más diferente posible a su obra.
De lo que
nos quedamos la mayoría con las ganas era de si no una colaboración posta entre
los tres (asumámoslo, casi imposible), por lo menos tres cortos que funcionaran
en el mismo universo, tres puntos de vista sobre un mismo tema, o por lo menos
una continuidad de personajes.
Si miramos
a la obra ampliada de los tres directores, hay muy pocas referencias de
universo compartido, salvo tal vez esa mirada a “la familia” que nos permitiría
hacer una secuencia Padrino II-Disparos sobre Broadway-Padrino I-Buenos
Muchachos, pero temas similares rara vez califican como continuidad.
Sí entre
las películas de Woody de los últimos 10 años y las de Marty de siempre hay una
observación sobre la sociedad norteamericana, donde las desigualdades han
llevado a la única posible realización de “el sueño” es por fines espurios, y
que en todos los casos terminan mal para los protagonistas o aquellos que los
rodean. Nunca estuvo esto más claro que en las dos últimas obras 2013 de ambos:
Blue Jasmine y El Lobo de Wall Street. Tanto es así, que salí del cine de ver
esta última pensando en cómo Jordan Belfort podría bien ser Hal, el
inescrupuloso ex marido de Jasmine que a través de sus maniobras dejó a Jasmine
en el pobre estado económico y mental que la encontramos al comienzo de la peli
de Woody. Hilando aún más fino, en su operística y casi fársica sobreactuación,
Di Caprio bien podría estar canalizando a Baldwin haciendo del seductor aceitoso
que le sale tan bien por defecto (el parecido físico, especialmente en el look
post-carmela de ambos, es asombroso). Y ya sabemos que Jasmine no es más que
una reinvención del personaje en una larga serie, bien podría ser Naomi bajo un
nuevo nombre, escapando a la costa opuesta (si, ya sé lo del tema de los hijos,
jueguen conmigo) (y ya sé también que bella como es, la Blanchett no es Margot
Robbie, pero bueno, ¿qué mujer lo es?).
Una de las críticas
que se le hace a El Lobo es no mostrar o referir directamente a las
consecuencias de las acciones de Belfort, quien aun en las malas queda siempre
como el winner de la situación, y eso es justamente lo que Jasmine hace tan
bien: esos excesos tienen consecuencias en esos micro inversionistas que
cayeron por la poderosa labia de Jordan/Hal, ejemplificados en la hermana de
Jasmine y su ex marido; y esos excesos tienen consecuencias sobre las personas
directamente involucradas en la “fiesta”: Jasmine probablemente no era el
personaje más equilibrado para cuando conoció a su marido, pero su precario estado
mental para cuando la encontramos es consecuencia directa de su historia
reciente. ¿O vamos a creer que Naomi salió impoluta del último cuarto de película?
Más allá de
esta fantasía de universo compartido, ambas películas tienen otros puntos de
contacto, en lo argumental en la ácida observación critica de los excesos de
los nuevos ricos o que este descontrol no es invisible para los diferentes
entes reguladores, que actúan con mayor o menor efectividad según el caso; o en
lo formal, ambas poniendo a una serie de jugadores no habituales en papeles
clave, que vienen de la televisión, la comedia o de industrias
no-norteamericanas (Robbie es australiana, como lo es la mucho más establecida
en Hollywood Blanchett; Sally Hawkins es inglesa, etc, etc.), o en la narración
quebrada que nos muestra diversos momentos en forma no secuencial, con el
flashback revelando las piezas que faltan para entender “cómo llegamos hasta acá”.
Finalmente,
ambas son películas que muestran a sus creadores en un momento creativo clave,
cuando muchos estarían dispuestos a sacarles el crédito (especialmente a
Allen), demostrando, en sus 70s, una vitalidad que varios creadores mucho más jóvenes
tendrían que mirar con detenimiento.
Se
perfectamente que no hubo una reunión entre Woody y Marty poniéndose de acuerdo
en hacer dos películas en el mismo universo, pero no quita que recomiende pasar
unas cinco horas de una tarde aburrida viendo a ambas back-to-back y dejarse
llevar no solo por el buen cine, sino también por la imaginación.
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