Apología del distinto ( Acerca de “El discurso del rey” )
Muchas veces se acusa al que intenta hacer un análisis “desde…” de ver fantasmas por todas partes y/o intentar cazas de brujas. Desde el feminismo, desde el marxismo, desde el psicoanálisis, desde los estudios queer: todos igualmente culpables de ver cosas donde no las están. Obviamente, esto es obviar el punto de que se trata de ejercicios de lectura dónde se plantea una hipótesis y se intenta fundamentarla. Generar debate. Abrir el diálogo. Y tal vez traer a la luz algo que no era inmediatamente evidente.
Esta introducción no tiene por objetivo atajarme por lo que sigue, sino demostrar mi sorpresa cuando, por intermedio de Twitter, Diego Lerer (Twitter: @dlerer) nos planteó una posible lectura queer de “El discurso del rey”. Vaya… ¿cómo se me escapó esa? ¿Tengo que limpiar mis lentes queer que no me permitieron ver algo tan obvio?
Vayamos por partes: lo que Diego nos plantea es que la tartamudez del amigo Jorge VI funciona como una metáfora de algo que “no sale” y que cuando finalmente sale, es a su manera un coming out (apoya la teoría la ayuda de un “hombre excéntrico” para lograr dicho objetivo). Si hubiera leído esto en AfterElton los acusaría de hilar demasiado fino…
¿Qué es lo que nos lleva (a Diego y a mí por recoger el guante) desde el punto A –el rey tartamudo- hasta el punto B –la metáfora del coming out-? Se trata de una lectura desde la diferencia, que nos lleva a identificarnos con el diferente, a “hacerlo nuestro”. El ejemplo más clásico es la lectura queer de los X-men, los mutantes como los homosexuales oprimidos, que de tanto repetirse se transformó en la verdad base de varios guiones en los últimos 25 años, ignorando que la apenas disfrazada metáfora de Lee y Kirby era originalmente sobre los judíos. Pero ahí está el punto en común: según sea la lectura, “el grupo minoritario oprimido” pueden ser los gay, los judíos, los afro americanos, los infectados por el HIV o cualquier otro, y luego por alguna extraña transitividad, se los hace una causa común.
Claro, la monarquía británica poco tiene de “grupo minoritario oprimido”, pero de eso se trata el título: la tartamudez es la diferencia. No importa el status social, el dinero, el poder: algo hace de alguien un ser diferente, susceptible de discriminación, repudio. Y poder sobreponerse a este obstáculo, ese triunfo, es el “mensaje positivo de la historia”. Y aquí es donde la historia del rey y Logue se abre completamente de cualquier intento de final feliz por el coming out: salir del ropero se trata de aceptación y publicación, y la película que nos ocupa más bien habla de una cura, como una retorcida fábula de cientología donde repitiendo un mantra la suficiente cantidad de veces se puede superar cualquier cosa, porque finalmente todo es una elección.
Un par de lecturas más interesantes partirían de oponer la elección a la determinación biológica o a la determinación inconsciente. El rey Jorge padre parece creer que la tartamudez de su hijo tiene algo de electivo, y que con un poco de sajona fuerza de voluntad se puede superar. Los médicos que atienden a Bertie cuando todavía era un príncipe de segunda línea parecen entender que las causas son más de índole biológico, pero nada que un poco de ejercicio mandibular no pueda arreglar. Lionel Logue inmediatamente entiende que las determinaciones pueden venir de otro lado menos obvio, pero las empecinadas resistencias de su paciente, su consorte y el resto del entorno monárquico hacen que finalmente opte por un tratamiento más cercano al conductismo de la época o el cognitivismo contemporáneo más que por un poco de “talk therapy” psicoanalítica.
Claro, la película es inglesa y no francesa o argentina, y por tanto este método termina por funcionar. Una lectura escéptica nos dice que el tratamiento superficial ayudó al rey a dar su famoso discurso, pero no curó nada (Jorge VI pasó a la historia como un bonachón, un “buenudo”, astutamente manejado por su arpía esposa y un par de hábiles primeros ministros, no como un gran orador público).
¿Por qué no curó nada? Porque nunca se trataron las causas raíz de esa tartamudéz. En una nota no publicada hacía la comparación entre los protagonistas de “El discurso del rey” y “La red social”, concluyendo que ambos tienen en común pronunciados casos de neurosis obsesiva. No hay que ser psicoanalista para comprender lo que una figura paterna como Jorge V puede hacer sobre sus hijos, agregado al “peso de la corona” y tener que dar cuenta de los títulos de hombría justo cuando las papas más queman.
Un crítico amigo decía cuanto más interesante hubiese sido una película que siguiera la historia del hermano de Bertie, la señora Simpson y su abdicación. Probablemente no nos hubiéramos identificado con Guillermo como “el distinto”, pero hubiésemos llegado a la misma conclusión sobre lo que la historia familiar podría haber hecho sobre su psiquismo.
Concluyendo: interesante como es “El discurso del rey”, justamente no llega a la altura de todos los premios que ha recibido y seguirá recibiendo, por caer en una cierta ingenua linealidad. Poniéndole mucha voluntad podemos hacer lecturas más refinadas, pero tal vez caigamos en aquello que mencionábamos como acusación al principio: de ver cosas donde no las están, ni hubo intención de que las hubiera. ¿Una película sobre la monarquía como metáfora del coming out? Sería el primero en la fila para verla. Desafortunadamente, esta no es esa película.
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