Nuestro primer columnista invitado es Pablo Costa Wegsman, especialista en temas-Kate
Algo que me sucede habitualmente con Kate Bush, desde hace ya hace unos años, es que la primera escucha de su nuevo disco resulta bastante decepcionante. La mayoría de las veces, la decepción, hablando en general, está directamente relacionada con las expectativas. Con respecto a estas primeras escuchas, es un factor determinante, y el caso de 50 Words For Snow no es una excepción.
Amo la totalidad de la obra de Kate, aunque algunos discos son para mí más importantes que otros, o me gustan más, o me llegan más, o se correlacionan con momentos de mi vida que los hacen más especiales. Esto es una razón para poner muchas expectativas cuando aparece la noticia de que Kate prepara un nuevo álbum, además, o especialmente, porque eso no pasa muy asiduamente.
El álbum en cuestión debutó el 27 de noviembre de 2011 en el puesto 5 del chart del Reino Unido, haciendo a Kate la primera artista femenina en tener un álbum, compuesto enteramente material inédito hasta el momento, entre los primeros cinco puestos de ese chart en las últimas cinco décadas. Obviamente éste es un dato muy interesante, pero no pone en evidencia un gran problema. Para cualquier fan, y/o conocedor, el problema es muy claro; pero para quien no lo sea, voy a aportar otro dato significativo que ayudará a entender de que hablo, pero habrá que hacer cuentas: en esas cinco décadas, Kate editó 10 álbunes de estudio. Haciendo bien nuestras cuentas, vemos que la maravillosa carrera de Kate cuenta con una media de 2 discos por década o, por calcularlo de otra manera, un promedio de un disco cada cinco años.
Todo esto no es realmente así; no podía ser tan fácil. En la música, como en cualquier otro arte, las cosas no funcionan como en las ciencias puras. La realidad es que nuestra diva nos brindó dos discos en 1978, con nueve meses entre uno y otro; cuatro en la década de 1980; uno en los 90s; uno en 2005; y dos en el presente año. El primero de estos últimos, si bien se trata de un álbum de estudio, y no de una mera recopilación, no es de material inédito, sino “revisitado”. Los méritos de ese disco, Director´s Cut, son muchos, pero no es el tema que nos ocupa.
¿Qué pasa entonces en la primera escucha? Lo mismo que pasa cuando nos prometieron un buen asado, y finalmente nos ofrecen un churrasco (esta es una metáfora poco feliz y quizás demasiado burda y chabacana, y hasta puede resultar insultante a algún amigo vegetariano, pero creo que es ilustrativa). Desde hace días, cuando nos anticiparon ese asado, se nos hace agua la boca de pensarlo. Llegamos y nos dicen que hay un cambio de menú, y nos presentan un buenísimo bife ancho (o de lomo, o de chorizo, o el que el lector prefiera; hay que hacerlo lo más tentador posible). Por más apetecible, sigue sin ser el asado; ¿verdad? Quizás la carne sabe igual, o incluso el bife es mejor que el asado, pero seguimos decepcionados. Eso pasa en la primera escucha: es bueno, como siempre, pero no es lo que esperábamos.
Ahora, lo importante no es lo que esperábamos, sino lo que tenemos: un maravilloso álbum llamado 50 Words For Snow, que en la primera escucha me pareció aburrido, y en las siguientes empecé a digerirlo, y ahora, gracias a la determinación (porque no es una decisión ya, sino una determinación) de escribir esta crítica, que prefiero llamar análisis (porque no me creo capacitado de criticar a Kate Bush), tras repetidas escuchas, he comenzado a adorarlo.
Antes de empezar a recalcar los méritos del álbum en cuestión, que haré al analizar cada tema en concreto, vamos a ver sus defectos. 50 Words For Snow es un disco conceptual y podría haber sido tranquilamente un tercer cd de Aerial, su trabajo de 2005 que, como sabemos, esta formado por dos cds, uno de ellos también conceptual, como el que nos ocupa. La verdad es que esta no es la primera, ni la segunda experimentación de Kate en lo conceptual; debemos recordar que ya en 1985, Hounds of Love contenía una cara B, The Ninth Wave, en este “formato”, y de alguna manera, The Red Shoes también puede considerarse conceptual (sobre todo su versión en video). Esto de ninguna manera va en detrimento de la obra de Kate, ni mucho menos. Lo que sí me impresiona es que estos trabajos conceptuales se fueron volviendo cada vez más densos y hasta casi aburridos. No creo que nadie que no sea fan les dé más de una o dos escuchas y, por lo tanto, nunca llegaría a comprenderlo y apreciarlo.
Kate siempre fue experimentadora: en su momento fue la electrónica; antes, la representación en escena de sus canciones, en lo que fue una precursora. Sus conciertos eran puestas en escena, con bailarines, coreografía, escenografías, multitud de cambios de vestuario, etc. ¿Nos suena esto? Bueno, estamos hablando de 1979. Lamentablemente, su primera gira fue su “fare well”. Con la electrónica, también fue precursora, comenzando a experimentar con ella en 1980, con Never For Ever, escalando en su siguiente y más controvertido (por lo difícil y denso) disco, The Dreaming, hasta llegar a lo que considero su apogeo en todos los sentidos, con Hounds of Love.
Ya en The Red Shoes había abandonado la electrónica “pura y dura”, pero logró un álbum maravilloso donde la experimentación pasaba por incluir bandas de gaitas, fastuosos coros vocales, trabajar con Prince; por nombrar algunos “experimentos”. Lamentablemente, por lo que a este nuevo trabajo respecta, parece que sí se ha quedado troquelada en otro formato. El conceptual, ya comentado, y el instrumental. Hay muy poco en este disco que tenga una instrumentación compleja, realmente experimental, ya sea electrónica o acústica. Todo se basa en su voz (que sigue siendo maravillosa), en las de sus invitados, en su piano, y en arreglos peligrosamente similares a los de sus primeros discos, y al más reciente; a Aerial me refiero.
Dicho todo esto, veamos en detalle cada tema que compone este trabajo:
Snowflake es el primer tema del disco y tiene una duración de casi 10 minutos… aunque no es la canción más larga (el disco dura 65). Definitivamente, no es una canción de apertura si pretendemos captar la atención del oyente. Sin embargo, Kate es honesta, y la pone allí para prevenirnos de lo que sigue. En otra época, como en la del fabuloso Hounds of Love, Kate la habría puesto en la cara b de un simple. Como composición es, además de arriesgada, hermosa; aunque eso en general (salvo algunas pocas canciones, especialmente de The Dreaming) es un rasgo característico de su obra: la belleza. Los arreglos vocales son lo más arriesgado, especialmente considerando que Kate solo hace coros, y la voz principal es la de su hijo, Albert McIntosh, o “Bertie”, una de las razones por la que Kate desapareció de nuestras vidas por unos doce años… El chico canta muy bien, con voz prepúber, y en muchos momentos, suena como la madre. La canción está compuesta para que sea él quien la cante: Bertie es un copo de nieve que cae del cielo, directo a las manos de Kate. La melodía es de una dulzura conmovedora, aunque un poco reiterativa. La instrumentación es minimalista; hay unas entradas de la guitarra de Dan McIntosh, padre de Bertie y marido de Kate, que son muy interesantes… la verdad es que instrumentos no hay muchos más: una batería acertadamente sobria, piano y bajo, ambos tocados por Kate.
Lake Tahoe comienza con una introducción melosa, casi de títulos de presentación de película de Hollywood (tiene hasta unas campanitas tipo Disney o de película navideña) y con la entrada de los cantantes invitados, a los 20 segundos, cambia de color, temperatura y textura, revelando una maravillosa y perfecta composición, musicalización e interpretación vocal que la hace, probablemente, la mejor canción del disco. Los invitados en cuestión son Stefan Roberts, contratenor; y Michael Wood, tenor. Ambos hacen una interpretación fabulosa, cantando a dúo, en perfecto contraste con la voz de Kate. Su entrada es sublime, con esa ternura y fuerza combinada que siempre me deja perplejo. La canción trata sobre una mujer que tras ahogarse en el lago (Tahoe), algunos días aparece, con vestido victoriano, llamando a su viejo perro que duerme, y que cuando sueña, corre. Muy lindo, sí, pero debo remarcar tres cosas. En primer lugar no entiendo muy bien la mezcla del vestido victoriano y un lago de Nevada (USA); pero claro, es Kate. Segundo: Wuthering Heights ya lo hiciste hace muchos años. Por último, hay algo un tanto desacertado a nivel vocal en la llamada a su mascota: “Snowflake! Snowflake!” Entiendo que la idea es sonar como la mujer sobre la que canta, algo teatral no extraño en Kate, pero el resultado no es feliz. Líricamente, sin embargo, tiene mucha fuerza y mucha poesía; semánticamente, rememora toda la idea de The Ninth Wave, y el ya mencionado Wuthering Heights.
Musicalmente, los arreglos e instrumentos recuerdan mucho a sus primeros tres trabajos. Esta tiene una duración de 11 minutos. La palabra que se viene a la mente es contemplación, a la usanza de los filósofos clásicos; aunque hablemos de uno contemporáneo.
Misty es el primer tema del disco en el que la única voz es la de Kate, en todo su esplendor, navegando por todos sus matices. Una canción de amor, pero tratándose de Kate, las cosas nuevamente no son muy sencillas: su amado es un muñeco de nieve, Misty. Supongo que poniéndolo así, crudamente, a aquellos que no hayan escuchado la canción, esto les parecerá absurdo; y quizás lo es, pero es arte, y es Kate. Sin embargo, logra con su genio, e ingenio, tanto compositivo, como interpretativo, que nos echemos de lleno a la canción, que nos llegue, que haga vibrar esa fibra que hace enternecernos y creer en su locura. Nos envuelve en su locura. Las guitarra de un tal Joel, así, a secas, es sublime; por momentos parece un arpa.
Bueno, llegamos a la cuarta canción del disco, de las siete; o sea, la del medio: Wild Man. Y no podía estar mejor ubicado por ser totalmente distinto al resto del material. ¿Por qué? Pues primero porque fue cortada como simple y, por ende, es la canción más pop del trabajo, o la única, si se quiere. Pero ojo, que tampoco es una canción pop fácil. Más allá de su simplicidad, la instrumentación es mucho más arriesgada que en los temas anteriores, y los arreglos son de destacar; especialmente a lo que se refiere a la voz, nuevamente. La simplicidad es la del formato pop: unos versos cantados por ella con coros o estribillos en el medio; coros que también son de resaltar. Lo primero que viene a la mente es Bowie, de los 70s: un sintetizador sonando primitivo, y la voz de Andy Fairwether Low, sonando “bowietiva”, y desgarradora. El señor canta mucho con Roger Waters, para hacerse una idea si no lo conocen. La historia trata sobre un grupo de escaladores que encuentran, en la nieve de los Himalayas, las huellas de un Yeti, Wild Man, y las borran para protegerlo.
Snowed In At Wheeler Street es una balada a duo. Su cointérprete no es nada menos que Elton John. Lejos de ser fan, la verdad es que este señor, por lo general, me rompe bastante los huevos; pero hay que reconocerle sus méritos, especialmente a lo que se refiere a cantar, y componer, baladas. Es un tema muy romántico, y dramático, con tintes históricos; pero a mí no me hace nada. Hay algo que no cuaja. Sorry.
La canción que da nombre al disco, 50 Words For Snow, lo dice todo con su título: 50 palabras por nieve, y 50 palabras por nieve tienes. Eso sí, las 50 palabra están recitadas por Stephen Fry, mientras Kate las cuenta en un murmullo. Entre medio de estos conteos, hay un estribillo cantado por Kate que nos informa de cuantas palabras quedan pendientes, y también incita a Stephen, en el papel del Profesor Joseph Yupik, a completarlas. Esto supuestamente tiene que ver con un mito que dice que los esquimales tienen 50 palabras para nombrar a la nieve… es un experimento, como cuando en Aerial recitó ¶ con 137 decimales. Un experimento que no necesito escuchar más de un par de veces.
Llegamos al final del disco, si no lo dejamos en el medio de alguno de los dos últimos temas, y tenemos Among Angels: Kate y su piano, sin necesidad de nada más (al mejor estilo And Dream of Sheep o Under the Ivy). Una canción hermosa, un tanto densa, y moderada en su extensión, comparada con las demás; es de hecho la canción más corta del disco, con 6:49… Aquí experimenta nuevamente con su voz, que ha cambiado con las décadas, pero sigue tan clara, vibrante, flexible, enternecedora… sí, es obvio que me encanta la voz de Kate. Más allá de resaltar la belleza de la canción, y la interpretación, no hay mucho más para comentar.
Para concluir, decir que el arte del disco es, como suele ser, de una calidad y belleza impresionante. Todo muy cuidado, y con diseño de la misma Kate.
En resumen, un disco para escuchar varias veces (a excepción de dos temas), para empezar a comprenderlo y luego disfrutarlo; un claro exponente del paradigma Kate Bush, ha vuelto con todo y esperamos que no vuelva a desaparecer por otros 5, 6, o 12 años.
Gracias por el comentario de Pablo. Para quienes escuchamos sólo lo más light de Kate, quizás nos resulte un poco pesado. Disco para pocos?
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