Hasta ahora me había llamado al silencio con respecto a la multipremiada “película del año” El Artista, porque como dicen los refranes, si no tienes nada bueno que decir, no digas nada. Básicamente, como se la definí a una buena amiga hace unos días, El Artista me parece una reverenda pelotudez. Empujada como tantas otras cosas hoy en Hollywood solamente por la nostalgia, el único mérito que le encuentro es su obsesiva recreación de la era del cine mudo, o si se quiere, de la transición del cine mudo al sonoro. Como no tengo ningún amor perdido ni conexión emocional con esa era, la película alternativamente me deja frío o me enfurece con sus manierismos.
¿Por qué estoy hablando entonces de una película que me cae tan antipática, entonces? Bueno, estuve viendo otra película que me cayó mucho mejor, y creo que por los mismos motivos que me disgusta El Artista, y por eso tuve que sentarme a pensar un poco más a ambos films. Estoy hablando de Drive, otra película con algunos (menos) premios e igualmente polarizante en cuanto a las reacciones que genera.
¿Drive y El Artista? Antes de que empiecen a tratar de ver que estuve tomando, esperen a mi razonamiento. Si El Artista, tal como lo mencioné más arriba es una cuidadosa recreación/homenaje al cine de fines de los años 20, Drive hace algo similar con el cine de fines de los 70 y principalmente los 80. Claro que en lugar de recreación podríamos hablar de pastiche: Drive toma prestados varios elementos del cine de esa época y en un arrebato pos moderno los usa para contar una historia actual. Entonces, si ambas películas tienen una raíz similar, ¿por qué una me genera una antipatía visceral y la otra me hace sonreír? La clave está en que si tengo una profunda conexión emocional con la era Drive, y el pastiche ataca algunas de mis fibras más íntimas: desde la banda de sonido electrónica, tan de la época, a esa secuencia de títulos, literalmente levantada de un film ochentero, hasta el “ambiente Los Angeles” tan impecablemente fotografiado.
Hay otros paralelos que podemos hacer entre ambas, más allá de que transcurren en Hollywood y tienen “la industria” como telón de fondo: las dos tienen un protagonista masculino excluyente, en un caso el monigote de Jean Dujardin que toma la dirección de “más expresivo como en la era muda” hasta el punto de la caricatura, y en el otro Ryan Gosling, también abusando de la dirección “el tipo duro y silencioso” en otra caricatura, pero por lo menos que resulta levemente menos irritante. Ambos filmes tienen una ingenua: Berenice Bejo como la adecuadamente bautizada Peppy, y Carey Mulligan como la sufrida Irene. Si Dujardin y Bejo están canalizando a Fairbanks y Swanson, Gosling y Mulligan lo hacen con Rob Lowe y Demi Moore. Famosamente, El Artista tiene un perrito (realmente, ¿llegamos al 2012 para que lo más destacable de una película sea un encantador perrito?), Drive tiene un niño precoz.
Tal vez el paralelismo más interesante entre ambos films es que ambos tienen un productor de cine como personaje secundario, que sirve como meta comentario de algo más: en los años 20 es el miope que arremete con lo nuevo sin respeto por el pasado, en los 2012/1980 es un antiguo productor de filmes exactamente iguales a … el film que estamos mirando. El siniestro personaje interpretado por un casi irreconocible Albert Brooks es más abiertamente un villano que el de John Goodman, quien da el physque du rol a la pefección, pero ambos cumplen de alguna manera un rol similar de némesis del protagonista.
De todas maneras, la similitud mayor de ambas películas es que son películas menores, de las que se sobre dimensionó su importancia, pero con una diferencia clave: El Artista ganó todos los premios habidos y por haber en el ciclo Cannes-Oscars, considerándose “la película del año” mientras que Drive tiene un destino de film de culto, casi un placer culpable para unos pocos fans estilisticamente enganchados con la época de referencia.
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