Probablemente hayan escuchado acerca de la nueva serie de Netflix Orange is the new black, por dos motivos: los hipsters están como locos con el formato de “todos los eps juntos” de Netflix, y por otro lado, en este caso no es sólo hype, la serie es realmente buena.
Tomando una estructura que podría agotarse fácilmente (chica “nada que ver” termina en la cárcel, conoce colorido elenco de personajes), en lugar de quedarse en el chiste, aprovechan esta excusa para narrar historias de sobre las diversas internas, con una mezcla de situaciones, diálogos y un recurso al flashback que pasado el piloto se siente integral y no como un truquito repetido.
De todos modos, me trajo a escribir esto el tercer episodio, que es el que realmente me hizo el “click” de engancharme con la serie. Y esto es porque con una serie de viñetas, dos integrales a la historia y varias secundarias, es un manual de como presentar diversidad sexual y problemática de género sin caer nunca en lo politicamente correcto o en predicar a los convertidos. Y antes de abandonar esta nota porque leen “género” y se imaginan feminismo falopa de twitter, déjenme que hago uso amplio de la palabra, porque también tienen su lugar las masculinidades en este juego.
Y esto es lo rico de la serie toda y de este episodio en particular: claro que hay ciertos clichés que son la taquigrafía necesaria para decir en televisión “lesbiana”, “trans” o “mujer latina de carácter”, pero en todo momento van más allá. Hay una mujer trans que el primer episodio es la clásica “peluquera with an attitude” y en realidad es la historia de un esposo y padre que terminó en la cárcel por financiar aquello que no podía ocultar más, y que pone en riesgo su (hasta ese momento) feliz matrimonio, su relación de paternidad/maternidad y su libertad misma. Hay lesbianas femme y lesbianas butch y lesbianas carcelarias jugando a las “esposas”, y lesbiananas arrepentidas que se enfrentan con fantasmas del pasado y todo es más creíble que todas las temporadas de The L Word juntas. Y hay varones que no saben qué hacer con y sin su mujer, y varones que eligen estar sin una mujer y conservar su esperma porque “ahí está su fortaleza” como una versión poco entrenada de un viejo libro de Robert Bly, y varones que no se dejan tocar por otros varones, porque... no. Y hay juegos de poder, de varones sobre mujeres, usando ese poder formal de uniforme e informal de economía de mercado para solamente conseguir chupadas; y de mujeres sobre mujeres basadas en la violencia o el acceso; y de mujeres sobre todos apoyadas en un cáncer, un embarazo o una “locura” que las hace inimputables. Y hay mujeres que honestamente se preguntan cómo un varón fue capaz de dejar de serlo, siendo que ven que esa es la base de todos los privilegios. Y varones y mujeres que son capaces de todo menos de concebir el paso quirúrgico que llevó a Marcus ser Sofía y ahora ser una presidiaria en lugar de un bombero héroe. Uno de los secretos del episodio es la dirección, en manos de una vieja conocida, Jodie Foster, que lejos de sus tiempos de fondo del closet se tira a dirigir un episodio bajo el nada sutil nombre Lesbian request: denied, y que agrega a las fortalezas de la serie una exquisita dirección de actores, contando con un elenco parejamente sobresaliente, más allá de su protagonista, que está bien, pero queda eclipsada por algunas pesos pesado del elenco secundario: Kate Mulgrew como la aterrorizante Red (quién es el foco del episodio 2) y Laverne Cox que rompe con todos los estereotipos de qué esperar de una mujer trans en una serie de TV masiva. En el saturado mercado de series ya no alcanza con ser la que está bien escrita, bien actuada o bien dirigida, porque cada vez más cumplen con todo eso. Se trata ahora de sobresalir del montón, de tener una voz propia, y encontrar una que lo logre en el episodio 3, es casi imposible. Denle la bienvenida al naranja, que es el nuevo básico.
Tomando una estructura que podría agotarse fácilmente (chica “nada que ver” termina en la cárcel, conoce colorido elenco de personajes), en lugar de quedarse en el chiste, aprovechan esta excusa para narrar historias de sobre las diversas internas, con una mezcla de situaciones, diálogos y un recurso al flashback que pasado el piloto se siente integral y no como un truquito repetido.
De todos modos, me trajo a escribir esto el tercer episodio, que es el que realmente me hizo el “click” de engancharme con la serie. Y esto es porque con una serie de viñetas, dos integrales a la historia y varias secundarias, es un manual de como presentar diversidad sexual y problemática de género sin caer nunca en lo politicamente correcto o en predicar a los convertidos. Y antes de abandonar esta nota porque leen “género” y se imaginan feminismo falopa de twitter, déjenme que hago uso amplio de la palabra, porque también tienen su lugar las masculinidades en este juego.
Y esto es lo rico de la serie toda y de este episodio en particular: claro que hay ciertos clichés que son la taquigrafía necesaria para decir en televisión “lesbiana”, “trans” o “mujer latina de carácter”, pero en todo momento van más allá. Hay una mujer trans que el primer episodio es la clásica “peluquera with an attitude” y en realidad es la historia de un esposo y padre que terminó en la cárcel por financiar aquello que no podía ocultar más, y que pone en riesgo su (hasta ese momento) feliz matrimonio, su relación de paternidad/maternidad y su libertad misma. Hay lesbianas femme y lesbianas butch y lesbianas carcelarias jugando a las “esposas”, y lesbiananas arrepentidas que se enfrentan con fantasmas del pasado y todo es más creíble que todas las temporadas de The L Word juntas. Y hay varones que no saben qué hacer con y sin su mujer, y varones que eligen estar sin una mujer y conservar su esperma porque “ahí está su fortaleza” como una versión poco entrenada de un viejo libro de Robert Bly, y varones que no se dejan tocar por otros varones, porque... no. Y hay juegos de poder, de varones sobre mujeres, usando ese poder formal de uniforme e informal de economía de mercado para solamente conseguir chupadas; y de mujeres sobre mujeres basadas en la violencia o el acceso; y de mujeres sobre todos apoyadas en un cáncer, un embarazo o una “locura” que las hace inimputables. Y hay mujeres que honestamente se preguntan cómo un varón fue capaz de dejar de serlo, siendo que ven que esa es la base de todos los privilegios. Y varones y mujeres que son capaces de todo menos de concebir el paso quirúrgico que llevó a Marcus ser Sofía y ahora ser una presidiaria en lugar de un bombero héroe. Uno de los secretos del episodio es la dirección, en manos de una vieja conocida, Jodie Foster, que lejos de sus tiempos de fondo del closet se tira a dirigir un episodio bajo el nada sutil nombre Lesbian request: denied, y que agrega a las fortalezas de la serie una exquisita dirección de actores, contando con un elenco parejamente sobresaliente, más allá de su protagonista, que está bien, pero queda eclipsada por algunas pesos pesado del elenco secundario: Kate Mulgrew como la aterrorizante Red (quién es el foco del episodio 2) y Laverne Cox que rompe con todos los estereotipos de qué esperar de una mujer trans en una serie de TV masiva. En el saturado mercado de series ya no alcanza con ser la que está bien escrita, bien actuada o bien dirigida, porque cada vez más cumplen con todo eso. Se trata ahora de sobresalir del montón, de tener una voz propia, y encontrar una que lo logre en el episodio 3, es casi imposible. Denle la bienvenida al naranja, que es el nuevo básico.