En el
ballet, cuando se habla de pas de deux, estamos hablando de un dúo, de una
perfomance de dos bailarines que normalmente permite un lucimiento particular
de los dos participantes, más allá de que formen parte de un elenco más grande.
En teatro a veces se habla de un “duelo” entre actores, pero según lo veo, un
duelo seria una contienda para que uno sobresalga por sobre el otro, mientras
que el pas de deux justamente tiene como objetivo el lucimiento de ambos.
Claro que
esto no es una nota sobre ballet, pero me sirvo de la analogía para hablar de
esos pas de deux actorales, de esos momentos de encuentro entre dos actores que
elevan el trabajo de ambos y del resto del elenco varios escalones más arriba.
Y me voy a referir en particular a lo que sucede con las series de televisión,
por tratarse de expresiones naturalmente corales, donde generalmente hay un
protagonista fuerte y un resto del elenco que funciona como soporte. Estoy pensando en los Gandolfini, Cranston,
Hamm y lo que a veces pensamos como “el resto del elenco”. Pero que en esos
pocos, aislados momentos de brillantez, por intervención de un o una Falco,
Paul o Moss, pasan a OTRO nivel.
La inspiración
para esta nota me vino este fin de semana, mientras me hacia un maratón de Breaking Bad, cuarta temporada. BB es el
‘Bryan Cranston show’, a nadie le cabe duda. El actor se lleva puesta la serie,
con sus matices y con un guion que a través de los años le ha permitido
desplegar un rango que pocos protagonistas de una serie tienen oportunidad de
desarrollar. De vez en cuando aparece algún segundo que le hace sombra (el
siniestro Gus Fring de Giancarlo Esposito viene a la mente), pero hay algo en
el grado de control que su Walter White tiene sobre los que lo rodean, que
siempre queda en primer plano. Y estos momentos donde aparece otro capaz de
desafiarlo, justamente tienen que ver con Walter perdiendo un poco del férreo
control sobre lo que comparte o no. Al principio de la cuarta temporada, es el
blanqueo que debe realizar con su (ex?) esposa Skyler. Anna Gunn es una actriz
correcta, que en situaciones normales seria una ‘actriz de carácter’
interpretando sólidamente un personaje más en un elenco. Y por tres temporadas
fue eso y poco más, la esposa embarazada y sin saber que está sucediendo.
Cuando cambió el status quo del matrimonio White, la confrontación estaba
contenida y nunca salía… hasta que salió. Esos diez minutos y monedas, de dos
actores en una habitación diciendo todo lo que se debían, no solo demostraron
por enésima vez lo grande que es Cranston, sino que además subieron el perfil
de Gunn y por tanto de su personaje en el contexto de la serie. De hecho, toda
la temporada tiene amplias e importantes líneas argumentales que giran
alrededor de Skyler.
Otro que
tal vez no recibe el crédito que merece es Aaron Paul. Hay dos motivos para
esto: uno es su juventud (no solemos considerar que un cara de bebé sea un “gran
actor”) y otro es que su personaje, Jesse, es básicamente un nabo y bastante
irritante. Claro, nos olvidamos que el personaje está escrito de esta manera,
no es una elección actoral. Con el tiempo, Jesse pasó a ser mas
multidimensional, pero es en el noveno episodio de la temporada, “Bug”, y
nuevamente, en un enfrentamiento con Cranston que podemos apreciar la
intensidad del actor. Este duelo (por tratarse de un enfrentamiento físico,
vaya si amerita que así se lo llame) es de una intensidad y una magnitud, donde
el conflicto edípico latente entre estos dispares personajes se juega bien
claramente “hacia afuera” en lugar de “hacia adentro”.
Viendo
estos momentos “de a dos”, especialmente el que sucede entre Walter y Skyler
White, no pude evitar recordar a Los Soprano,
especialmente a la energía fuera de control que se desataba cada vez que se
cruzaban Tony y Carmela Soprano. Claro que Edie Falco no es Anna Gunn: ya desde
el comienzo sabíamos el poder de la actriz y el personaje, pero es hacia
finales de la cuarta temporada en el episodio “Whitecaps”, cuando Carmela
finalmente confronta a Tony sobre sus secretos, revelando algunos propios en el
camino, donde no podemos más que quedar admirados y revolucionados por lo que
vemos. La fisicalidad de Falco y Gandolfini se escapa de la pantalla. Ese catártico
diálogo de marido y mujer es mil veces más intenso y violento que cualquiera de
las muchas muertes que se mostraron en 6 años de serie.
Si hablamos
de Breaking Bad y de Sopranos, claro que no podemos dejar
afuera a Mad Men. Mucho se puede
discutir sobre si Mad Men es una obra
coral o un one-man-show de Jon Hamm; yo soy de los que opinan que se trata básicamente
de un ensamble, y que si hay que elegir un personaje secundario, una bailarina
que haga el pas de deux con Hamm, se trata de la Peggy Olson de Elizabeth Moss .
Esto queda demostrado desde la ya clásica última escena del piloto, reafirmado
en el infame “You won’t believe how much
this never happened” que de alguna manera sirve de lema de la serie, pero
fue comprobado definitivamente en el que muchos consideran el mejor episodio de
la serie:”The suitcase”, de la temporada 4. Mientras que en párrafos anteriores
rescataba escenas, largas, complejas, pero escenas al fin, este episodio gira prácticamente
completo alrededor de estos dos personajes y su compleja relación. El resultado
es hipnótico y poderoso, y logra además reafirmar todo lo sucedido anteriormente
y sentar el camino para el futuro.
En el
ballet, está la primera bailarina, la
que se lleva el cartel. Pero en el pas de deux alguien más tiene oportunidad de
brillar, y en la interacción, algo mejor que la suma de las partes aparece. Lo
mismo en cualquier otra expresión artística.
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