miércoles, 19 de septiembre de 2012

La trampa de la creatividad monetizada: Eno, Morrison y otros a los que se los comió el personaje.



 El concepto de “creatividad” es tan viejo como la humanidad, salvo que durante la mayor parte de la misma nunca fue considerado una commodity o materia prima. Nadie pone en duda que Miguel Angel era “creativo”, pero no es ésta la cualidad que lo llevo a la inmortalidad (salvo retroactivamente desde las últimas décadas del siglo XX, y podríamos discutir que algún Medici lo pudo haber visto de esa manera, pero me voy de tema…).
El tema es, se le puede enseñar una técnica a una persona, esta la puede perfeccionar al punto de la maestría, pero eso no garantiza que la tan elusiva “creatividad” se haga presente. Es un don natural, una de esas cosas sin explicación que seguramente algún neurocientífico está tratando de aislar y embotellar y que, esperemos, nunca lo podrá hacer. Y además, desde fines de los 60, pero especialmente en los 80, producto del impacto de la publicidad y los mass media y las nuevas escuelas de dirección de empresas, se postuló que la tan mentada creatividad es todo lo que hace falta para tener éxito. Empezó entonces una cacería de aquellos que se consideraba como creativos para ver si era posible, sin importar de que campo de las artes, ciencias o negocios vinieran, aislar eso que los hacía creativos y transplantar la creatividad a otros. Esto claro dio el puntapié inicial para ese oxímoron que son los “cursos de creatividad”, donde se supone que un sesudo creativo puede transmitir en 45 minutos de aforismos, y por una suma sustancial, aquello que lo hace ser quien es. Obviamente, creativos como son, encontraron una manera creativa de sacarles el dinero a los ingenuos. Porque verán, salvo en ciertas y muy aisladas ocasiones, especialmente en el campo de la publicidad o de la tecnología, ser creativo por el solo hecho de serlo no es rentable (algunos ejemplos y excepciones más adelante).
¿Qué tiene que ver esto con este blog y su áreas de cobertura, ustedes se preguntaran? Bueno, el tema es que varios de estos “creativos en venta” vienen del mundo de la música, las películas o las historietas,  habiendo hecho el cruce en algunos casos a otras artes, pero más que nada, al ámbito corporativo.
El precursor de esto fue Brian Eno. Eno siempre fue lo que en líneas generales se podría considerar un excéntrico, alguien con un ego descomunal y dos o tres ideas que se auto posicionó como un gurú que conocía los secretos que lo hacían “especial”. Esto ya desde sus inicios de escuela de arte británica (muchos de estos gurúes creativos salieron de estas escuelas, que comparten la materia “Arrogancia I” con las facultades de ingeniería) y su carrera como fundador y competidor por los reflectores y la marquesina en Roxy Music con Bryan Ferry. Como buena diva, Eno se fue de Roxy y muy pronto se dio cuenta que tener algunas ideas adelantadas a su época (como la música ambient, por ejemplo) no era muy rentable y había que poner la comida sobre la mesa de alguna manera. Con ya ganada una reputación como “creativo”, Eno tuvo la idea de vender una fórmula para la creatividad, en la forma de sus “Estrategias oblicuas”. Las estrategias eran un mazo de cartas con una frase cada una, que en caso de atascamiento creativo uno podía tomar y poner en práctica. Con una mezcla de filosofía zen, galletita de la fortuna china, sentido del humor y algo de sana experiencia en el estudio de grabación, una carta podía decir “intente lo mismo con otra herramienta” o “deje los errores y deshágase de lo que está bien”. Las estrategias oblicuas no lo hicieron rico, pero lo posicionaron en el lugar que quería: el de Sabio Creativo. De ahí a cobrar 15000 dólares para dar una conferencia, fue un salto sencillo.
Obviamente que Eno tiene otros (muchos) meritos, entre ellos haber trabajado a la par de otros Creativos afines como David Byrne o David Bowie, pero que en general siempre tuvieron suficiente éxito como para confinar sus dones de creatividad a sus campos específicos, sin salir a robar a los caminos. Y Eno mismo, a partir de mediados de los 80 con su más que rentable asociación con U2 y más acá en el tiempo con Coldplay ahora puede asociar su creatividad a verdadero éxito comercial (y de paso agregar un cero al final de su tarifa para dar una charla sobre “creatividad”).
Aunque nunca lo haya admitido abiertamente, el fan número uno de Eno es Grant Morrison. Tal vez menos conocido que el precursor, más que nada por haberse dedicado a un campo menos masivo: el de la historieta. Morrison salió del comic independiente británico cruzando el atlántico con la “invasión británica” de DC Comics liderada por Moore y Gaiman en los ochenta. Morrison se hizo cargo de un proyecto que no por comercialmente inviable iba a no tener un perfil alto: la serie de Animal Man. Lo que parecía una serie mas de superhéroes  en menos de dos años se transformó en un tópico de conversación obligatorio entre los fans  y los críticos, culminando con una ruptura de la cuarta pared y meta análisis del comic de superhéroes de los cincuenta años anteriores que lo llevaron de las revistas especializadas a los medios masivos y académicos. De nuevo: ser el (discutiblemente) más creativo en un medio pequeño y achicándose como el de las historietas, y a pesar de haber jugado con los chiches importantes (los X-Men para Marvel, Superman y Batman para DC), nunca fue rentable, y pronto en las conferencias de management se lo empezó a recibir como una excéntrica estrella de rock que les venía a traer la luz.
La diferencia entre Eno y Morrison, sin embargo, es que Eno nunca se la creyó. Obviamente aprovecha los beneficios que esta posición le trae, pero no es el principal foco de su carrera. En cambio Morrison, megalómano y egocéntrico, la explota a más no poder, desde aprovechando para que lo dejen tener poder absoluto sobre personajes que tienen férreo control editorial, como Batman, a sacar sus vanity projects, o retratarse como si fuera una estrella del rock o del porno (créanme, no necesitaba ver una foto de su erección sobresaliendo de un slip blanco).
Otra diferencia entre Eno y Morrison es que cuando Eno hizo cosas raras, las hizo por genuina experimentación y no para agrandar su credibilidad como “raro” (de hecho, cuanto menos raro –Coldplay–, más rentable. Eno lo sabe muy bien). En cambio Morrison hizo una carrera de la rareza por la rareza misma, desde sus primeras experimentaciones en la serie Doom Patrol a el que se considera su opus maximun, la serie The Invisibles (de la que se alega que una versión aguada en forma de la serie de películas de The Matrix de los Wachosky le significó a Morrison un par de jugosos cheques o al menos una garantía de trabajo de por vida). Muchos creativos de en serio en algún momento empiezan a correr por otro andarivel y a ser considerados raros, pero no esperan tener éxito comercial a cambio. Estoy pensando en gente como Bjork, que subvenciona su carrera de loca actual basándose en el éxito comercial anterior, pero sin pretender que sus experimentos sean disco de platino o llenen River. Nada de eso para Morrison, que tiene una legion de zombies hipsters que siguen y sobre analizan cualquier pavada que hace en búsqueda de ‘significados ocultos’. Como se suele decir, a Morrison se lo devoró el personaje.
Melero: creativo de cabotaje
En la versión local, tenemos a Daniel Melero, un Eno de cabotaje, que justamente por lo local de su alcance lo hace no tanto por el dinero si no por la reputación y los tragos gratis en boliches de Palermo.
No malinterpreten esta diatriba como un resentimiento o envidia de los creativos, sino más bien como una observación sobre su verdadera creatividad (comercial) y sobre la ingenuidad/tontería de cierto publico que cree que la creatividad es comprable, contagiosa o aprehensible. Sigan participando, no funciona así. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario