Hoy una amiga me decía por Facebook,
en relación a mi
decepción con los últimos episodios de Modern
Family, que hay que “bajar un poco las expectativas”, en el sentido de “relajarse
y gozar”. Mi hermana me comentó algo similar con respecto al comentario
de “La piel que habito” diciéndome que a ella claramente le había gustado más
que a mí, cuando más allá de mi comentario, a mí me gustó y mucho.
Y uno
entiende el punto de vista, y trata que en su papel de “crítico amateur” se
pueda mantener cierta distancia crítica y al mismo tiempo disfrutar
inocentemente. Pero a veces es difícil, vaya que es difícil.
Esto me
lleva a una reflexión sobre 50/50,
una película recientemente estrenada, sobre la cual coincidí con la mayoría de
los críticos en apreciar su equilibrada mezcla de comedia y drama, sobre un
tema difícil, impecablemente escrita y actuada. La recomendé, ampliamente, en
persona y a través de las redes sociales.
Aun así,
hay algo que no me cierra de la película, un punto menor si se quiere, pero que
me hace un ruido terrible. Hace un rato leí el comentario de la peli en Ew.com y
me encuentro con un crítico que rescata de la película justamente lo que a mí más
me molestó, y ese es el “origen secreto” de esta nota.
En la película,
el protagonista, Adam, impecablemente encarnado por Joseph Gordon-Levitt,
recurre a una psicóloga/terapeuta/lo que sea, Katherine, interpretada por Anna
Kendrick. Inicialmente, como alguien que se está entrenando para hacer una
tarea similar, no pude más que simpatizar con la inseguridad del personaje, una
profesional joven tratando a sus primeros pacientes. Pero a medida que avanza
la trama, está claro que entre Katherine y Adam hay una atracción, lo que los
guionistas llaman una “tensión sexual”. Lo que le película pasa completamente
por alto es que esto tiene un nombre en el ámbito psi: es transferencia. Es
esperable y deseable que suceda, siempre y cuando sea interpretada y utilizada terapéuticamente.
Aun a
riesgo de spoilear la película, debo decirles que esto nunca sucede. Entiendo
que los parámetros norteamericanos de ‘terapia’ son muy diferentes de los
nuestros (entendiendo por “nuestros” a “altamente psicoanalíticos”), y puedo o
no trabajar con el inconsciente, pero negar la existencia de la transferencia
pasa de ser ingenuo a ser peligroso. Cuando además se lo presenta, en el ámbito
de una ficción, como algo “encantador”, doblemente peligroso.
Claro que
si un superior de Katherine (o probablemente la persona con la que supervisa
sus casos) hubiese llamado la atención sobre este punto, tendríamos una película
muy diferente, que se escapa a los intentos de comedia. Pero esto no es Misión: imposible ni una de superhéroes,
ni una comedia descabellada. No se me pide ‘suspender el descreimiento’, se
supone que tengo que empatizar e involucrarme con los personajes, apoyándome en
el realismo con el que se muestran a casi todos los otros personajes y sus
relaciones. Y realmente, en lugar de estar deseando que “el chico y la chica”
terminen juntos, tengo ganas de denunciarla a ella a un tribunal de ética y de
advertirle a él de que se está por meter en un lio peor que su anterior novia (perrísima
Bryce Dallas Howard, otro merito de la película en no darle ninguna característica
redentora).
Significa
esto que no me gustó 50/50? De
ninguna manera: me gustó muchísimo y la recomiendo ampliamente, pero cuando a
veces me pongo crítico con algún punto, no es que no me haya gustado lo que sea
que estoy comentando: es que son cosas que me distraen tanto como a otros que
alguien encienda su celular en la sala, a otros que se vea un micrófono en
cuadro o en otros casos que un detalle anacrónico los saque de la reconstrucción
de época. Cada uno tiene sus taras.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario